Se puede afirmar que desde el 17
de septiembre de 1787, Estados Unidos es una república constitucional,
presidencial y federal. Su forma de gobierno, desde hace más de doscientos
años, es comúnmente conocida como democracia presidencialista porque quien mueve
los hilos es un presidente. Un presidente elegido cada cuatro años a través de
compromisarios o grandes electores, que ostenta la jefatura del Estado, el
poder ejecutivo y capacidad de veto de algunas decisiones del poder
legislativo, además de ser el comandante en jefe del Ejército. Un tipo con un
poder casi ilimitado.
Si, si. Ya se. Todo muy bonito.
Una lección de historia y tal pero ¿y si os dijera que esto no fue siempre así?
Durante la segunda mitad del siglo XIX
hubo un hombre que brillaba más que el sol, que gobernó con benevolencia y grandes dosis
de sentido del humor a sus afortunados súbditos. ¿Conocéis a su Graciosa
Majestad Imperial Norton I, Emperador de los Estados Unidos y Protector de
México? ¿Que no lo conocéis? Eso es imperdonable. En fin… Si queréis saber algo
más sobre este ilustre prohombre, cuyo gobierno magnánimo quedó grabado con el
fulgor del diamante en las páginas de nuestra historia, no tenéis más seguir
leyendo a continuación su irreverente historia.
Su Majestad Imperial Joshua
Abraham Norton -Norton I para sus felices vasallos- nació en el seno de una
familia judía de pingües estipendios entre 1811 y 1819 en Inglaterra. Como todo
gran magno varón en la historia de la humanidad, los registros exactos de su
fecha de nacimiento se pierden en la memoria de los tiempos, aunque sesudos
historiadores han llegado a la conclusión que el año 1819 e Inglaterra son la
fecha y lugar exactos de nacimiento. Se descarta por tanto la teoría del
investigador Pep Mayolas del Instituto Nueva Historia, que defiende el origen
catalán de personajes históricos como Cristóbal Colón, Miguel de Cervantes,
Erasmo de Rotterdam o los Reyes de Castilla. Nuestro protagonista, Joshua A.
Norton, no nació por tanto en l’Empordá, para disgusto del ilustre Pep Mayolas.
Joshua A. Norton, año 1851 |
Sólo unos pocos años después de
llegar a San Francisco, Norton se había convertido en un exitoso hombre de
negocios, con activos estimados por valor de 250.000 dólares (unos 6 millones
de dólares de hoy día). Entre sus prósperos negocios se encontraba una fábrica de
cigarros, un molino de arroz, y un edificio de oficinas. La Joshua Norton &
Company era una floreciente empresa con sede en un elegante edificio de granito
ubicado en el número 110 de Battery Street, junto a oficinas de varias de las
personas más influyentes de la ciudad de San Francisco, entre ellos el cónsul
británico. Joshua Norton se codeaba con total naturalidad con los grandes
empresarios y la élite social de la bahía de San Francisco. Pero la suerte en
los negocios no le duró por mucho tiempo.
La hambruna China de 1851-1852 cortó
las importaciones de arroz a los Estados Unidos, disparando su precio como un
cohete de verbena, de los 4 centavos de dólar por libra hasta los 36 centavos de
dólar. Norton vio la oportunidad de hacer aún más dinero cuando le soplaron que
el Glyde, un barco arrocero, acababa de partir de Perú con 200.000 libras de
arroz en sus bodegas (unos 91.000 kg). Ni corto ni perezoso, Norton se puso en
contacto con la empresa que fletaba el barco y compró todo el envío a un precio
de doce centavos y medio la libra por un total de 25.000 dólares, con la
esperanza de acaparar todo el mercado. En toda esta genial idea solo había un
pequeño inconveniente: no era el único empresario al que se le ocurrió el astuto plan de importar
arroz peruano. A los pocos días de formalizar la compra del cargamento de arroz
del Glyde, decenas y decenas de barcos cargados de arroz peruano hasta el
velacho mayor, arribaron al puerto de San Francisco, causando un desplome
generalizado de los precios hasta la irrisoria cifra de tres centavos de dólar
la libra. Norton no sólo no tendría beneficio, sino que encima perdería una cantidad
significativa de dinero en el proceso. Trató de anular el contrato aduciendo
que la empresa concesionaria lo había engañado con la calidad del arroz fletado pero el daño a su economía ya estaba hecho.
De 1853 a 1857, Norton y los
comerciantes de arroz se enzarzaron en un prolongado y doloroso litigio,
acumulando enormes facturas legales. Aunque Norton ganó el pleito en los
tribunales de primera instancia, el caso llegó a la Corte Suprema de
California, que falló en contra de los intereses de Norton. Más tarde, el Banco
Lucas Turner and Company embargaba sus propiedades inmobiliarias en North Beach
para pagar la deuda, declarándose en quiebra en 1858 y desapareciendo del mapa
por un tiempo. Norton estaba en la más completa ruina. Hay quien afirma haberlo
visto en 1859 malviviendo en una pensión obrera de mala muerte, con apenas unos
centavos en los bolsillos.
Emperador Norton I |
Cuando Norton regresa a las calles de San
Francisco en el verano de 1859, había perdido toda la fe en las estructuras
jurídicas y políticas de los Estados Unidos. No era para menos después de haber
perdido hasta el último centavo, aunque la culpa fuera solo y exclusivamente
suya. Hablaba con sus antiguas amistades sobre la corrupción y la ineficacia de la administración americana. La economía californiana no andaba muy boyante
en aquellos tiempos y si sumamos a todo este discurso el debate sobre la esclavitud
que años más tarde llevaría al país a una encarnizada guerra civil, tenemos los ingredientes
adecuados para que en algunos círculos comenzaran a escucharlo con cierta
atención.
Después de comentar en público
que las cosas irían mucho mejor si él estuviera a cargo del gobierno y después de varios días de
madurar la idea, el 17 de septiembre de 1859, subió las escaleras del 517 de Clay Street, sede de la oficina del periódico San Francisco Bulletin. George Fitch,
editor del diario, estaba sentado en su escritorio cuando un hombre que describió
como "bien vestido y de aspecto serio" le entregó con solemnidad un
pedazo de papel. A la mañana siguiente, Fitch publicó en el San Francisco
Bulletin el titular: "¿Tenemos un Emperador entre nosotros?", seguido
de la siguiente proclama:
A petición, y por deseo perentorio de una
gran mayoría de los ciudadanos de estos Estados Unidos, yo, Joshua Norton,
antes de Bahía de Algoa, del Cabo de Buena Esperanza, y ahora por los pasados 9
años y 10 meses de San Francisco, California, me declaro y proclamo emperador
de estos Estados Unidos; y en virtud de la autoridad de tal modo investida en
mí, por este medio dirijo y ordeno a los representantes de los diferentes
Estados de la Unión a constituirse en asamblea en la Sala de Conciertos de esta
ciudad, el primer día de febrero próximo, donde se realizarán tales
alteraciones en las leyes existentes de la Unión como para mitigar los males
bajo los cuales el país está trabajando, y de tal modo justificar la confianza
que existe, tanto en el país como en el extranjero, en nuestra estabilidad e
integridad.
NORTON 1, Emperador de los Estados Unidos
Hubiera sido muy fácil para los
medios tomar al personaje como un loco, pero contra todo pronóstico el San
Francisco Bulletin, un diario serio y con solvencia, publicó todas sus demandas
y edictos. A partir de esa fecha, el pitorreo se apoderó de las calles de San
Francisco.
Censo S. Francisco año 1870. En él aparece Norton con la profesión de Emperador |
CONSIDERANDO, que un grupo de hombres que se
hacen llamar el Congreso Nacional se encuentran ahora en sesión en la ciudad de
Washington, en violación de nuestra edicto imperial del 12 de octubre pasado,
declarando dicho Congreso abolido;
CONSIDERANDO, que es necesario para el
descanso de nuestro Imperio que dicho decreto debe cumplirse estrictamente;
AHORA, POR LO TANTO, que por la presente
Ordeno al comandante en jefe de las fuerzas militares, general Scott,
inmediatamente y después de la recepción de este, nuestro decreto, continuar
con una fuerza adecuada y despejar los pasillos del Congreso”.
Por supuesto, las órdenes de
Norton fueron ignoradas por el Ejército y el Congreso, quienes se tomaban a
chanza todo este dislate. La batalla de Norton contra los líderes electos de
América persistió durante todo su reinado, llegando al cenit el 12 de agosto
de 1869, cuando tomó la determinación de abolir los partidos Demócrata y Republicano. Con un par. A
pesar de esta drástica medida parece que desde Washington tampoco le hicieron
mucho caso. Finalmente, a regañadientes, permitió que el Congreso existiese sin
su permiso. Un gesto más de su legendaria magnanimidad.
En política exterior, el
emperador Norton también desempeñó un papel destacado. Cuando Napoleón III,
sobrino de Napoleón I, invadió México en 1863, el emperador añadió un nuevo
título regio a su currículum: "Protector de México." No existen
evidencias de que Norton pusiera alguna vez un pie en México.
Obviamente, nunca ninguno de los
decretos del emperador Norton I llegó a realizarse. Como emperador
autoproclamado sin ejércitos ni dinero para respaldar sus proclamas, no tenía
poder legal para crear una monarquía, nombrar Gobernadores o desmantelar la
Corte Suprema. Sin embargo, por extraño que parezca, terminó por ganar una
parcela de poder muy parecida a la de las monarquías europeas del siglo XXI,
salvando las distancias. El Emperador Norton rápidamente se convirtió en una
leyenda y era extremadamente popular entre la gente de San Francisco. Los
políticos se vieron obligados a seguirle la corriente, porque mostrarle falta
de respeto era sinónimo de pérdida de votos.
Como buen gobernante al cabo de
la calle, pasaba sus días inspeccionando las calles de San Francisco en un pomposo
uniforme azul con charreteras chapadas en oro, donado por los oficiales del ejército de los Estados
Unidos destacados en el Presidio de San Francisco. Tocaba su magna testa con un
sombrero de castor adornado con una pluma de pavo real y una roseta,
complementando esta real postura con un bastón o un paraguas, según la época
del año. Durante sus inspecciones, Norton examinaba el estado de las aceras y el
funcionamiento de los legendarios coches de cable de San Francisco.
En 1867, un policía llamado
Armand Barbier cometió el terrible disparate de arrestar a Norton con el fin de someterlo a un
involuntario tratamiento por trastorno mental. La detención del emperador
indignó a los ciudadanos y provocó editoriales mordaces en periódicos como el ya nombrado San Francisco Bulletin, el Daily Alta California o el Morning Call, donde escribía un joven
llamado Samuel Langhorne Clemens, que más tarde sería conocido en el mundo con el seudónimo
de Mark Twain. Aunque para
editoriales incendiarios el que publicó el Evening
Bulletin:
"En lo que sólo puede ser descrito como
el más vil de los errores, Joshua A. Norton, arrestado hoy, se encuentra
detenido bajo la ridícula acusación de lunático. Conocido y querido por todos
los verdaderos ciudadanos de San Francisco como el emperador Norton, este
amable monarca está menos loco que los que han alegado estos falsos cargos. Los
leales súbditos de Su Majestad quedan plenamente informados de este ultraje. (…)
Este periódico insta a todos los ciudadanos bienpensantes a asistir mañana a la
audiencia pública que se celebrará ante el Comisionado, Wingate Jones. La
mancha en la reputación de la ciudad de San Francisco debe ser eliminada."
Ante la presión popular, al jefe
de policía Patrick Crowley no le quedó más remedio que ordenar la inmediata
liberación de Norton, además de emitir una disculpa formal por parte de la policía. A su vez, el emperador Norton concedió generosamente el Perdón Imperial al policía Armand Barbier, por la
anómala detención practicada. Y todos tan contentos. A partir de entonces al pasear por
la calle, todos los agentes de policía de San Francisco saludaron Norton con
todos los honores.
Absenta "Emperador Norton" |
También, aunque parezca
inverosímil, el emperador Norton comía gratis en numerosos restaurantes de la
ciudad, incluyendo establecimientos muy exclusivos, donde fue a menudo tratado
como un invitado VIP. Lo más probable es que los dueños de los restaurantes, con gran visión comercial, tuvieran este gesto con el monarca más por conseguir
publicidad gratuita que por otra cosa. De hecho, colocaron soberbias placas a la entrada
de sus establecimientos, anunciando que su local era honrado con la visita del
emperador de los Estados Unidos.
Tesoro Imperial, 5 dólares |
La fama del emperador Norton I se
propagaba como un sarpullido por toda América, al punto que muchos
establecimientos y negocios de la ciudad estaban haciendo magros negocios a
costa de la regia imagen del monarca. Se hicieron postales, cigarros, botellas
y todo tipo de recuerdos con la imagen del Emperador, se colocaron placas en
las puertas de los restaurantes y tabernas, como hemos citado antes,
conmemorando la visita del mandatario al establecimiento; la ópera y teatros de
San Francisco usaban como reclamo la asistencia del Emperador a su próxima
actuación, a la cual, por supuesto, sería invitado y acudiría de balde. Tal era la popularidad de
Norton I, que en 1876, Dom Pedro II “El Magnánimo”, a la sazón emperador de
Brasil, visitó San Francisco y pidió reunirse con el emperador de los Estados
Unidos. Se conocieron en una suite real en el recién inaugurado Hotel Palace y
hablaron durante más de una hora. En 1876, Dom Pedro nunca dio señal de si se
dio cuenta o no de que Estados Unidos realmente no tenía un emperador.
La noche del 8 de enero de 1880,
era una noche de perros. Hacía frío y llovía. El Emperador se dirigía hacia Nob
Hill para asistir al debate regular mensual de la Hastings Society en la
Academia de Ciencias Naturales. A la altura de la antigua catedral de Santa María, Norton se sintió indispuesto, se tambaleó un poco y terminó desplomándose sobre la acera. Con toda probabilidad un traicionero derrame cerebral había acabado con su vida. La
policía apartó sin miramientos a la multitud de curiosos que pronto se agolpó rodeando al cadáver del monarca y trasladó su cuerpo a
la morgue de la ciudad. El reinado de Norton I, Emperador de los Estados Unidos
y Protector de México, había concluido.
En sus bolsillos encontraron una
moneda de oro por valor de 2,50 dólares, tres dólares de plata, y un franco
francés fechado en 1828, con el rostro de Carlos X, último rey Borbón
de Francia. También llevaba un importante fajo de billetes de 50 centavos del
“Tesoro Imperial”, así como dos telegramas, uno del Presidente de la República
Francesa, que decía "creemos que la
reina Victoria le propondrá matrimonio a usted como un medio de unir a
Inglaterra con los Estados Unidos. Considere no aceptar la proposición. Nada
bueno saldrá de ello" y otra del zar Alejandro II de Rusia que decía "aprobamos todo de corazón y le
felicitamos" como dando el visto bueno al “inminente matrimonio” de
Norton con la reina Victoria, Estos
eran, por supuesto, bromas gastadas por algunas personas que se divertían a
expensas del emperador.
A la mañana siguiente, el San Francisco Bulletin publicó en
primera plana: "Le Roi Est
Mort" -El Rey ha muerto-. El Daily
Alta California publicó un larguísimo obituario en el mismo día que dedicaba tan solo cuatro míseras líneas al discurso de investidura de George C. Perkins, recién elegido
gobernador de California. Los principales diarios de Cleveland, Seattle,
Denver, Filadelfia y Portland, informaron de su muerte. El Cincinnati Enquirer dedicó un emocionado y largo obituario bajo un subtítulo
que decía "Un emperador sin
enemigos, un rey sin reino, apoyado en vida gracias a la ofrenda voluntaria de
un pueblo libre."
Se calcula que hasta treinta mil personas, que se dice
bien pronto, acudieron a ver al emperador Norton de cuerpo presente en la
morgue. James Eastland, presidente del Club del Pacífico y uno de los principales hombres de negocios
que conocieron a Norton en los buenos tiempos, no permitió enterrar al monarca
en una fosa común. Puso de su bolsillo todo el dinero necesario para que
tuviera un funeral digno de un emperador y fuera enterrado con todos los
honores. En la actualidad, los restos mortales del Emperador Joshua Abraham
Norton, descansan en el cementerio Woodlawn Memorial Park, en Colma.
Como nota final, el recuerdo del Emperador
Norton ha sido plasmado en la literatura con mayor o menor fortuna. En su novela Las aventuras de Huckleberry Finn, Mark Twain creó el personaje de
"el rey", basado en las andanzas de tan ilustre soberano. En la
novela El Destructor, de Robert Louis
Stevenson, se incluye a Norton como un personaje real. Quizás la historia de Norton llevada a la gran pantalla podría ser el espaldarazo definitivo al universal recuerdo de este ilustre personaje, para algunos un loco, para otros un impostor y para la gran mayoría del pueblo de San Francisco y del Estado de California, un Emperador con todos los galones. Ya imagino a Jeff Bridges en el papel del noble Emperador Norton, en una divertida película escrita y dirigida por los hermanos Cohen. ¿Que no?.
Fuentes:
Norton I Emperador de EEUU, de Xavier
Deulonder, Ediciones La Tempestad, S.L., 2007.
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