A las cuatro y media de la madrugada, el
timbre de un viejo teléfono suena por todo el pequeño apartamento, sumido en la
oscuridad de la noche. La tenue luz de la mesilla se enciende al tiempo que
asoma de entre las sábanas un rostro somnoliento con el pelo enmarañado y un
enorme bigote poblado. A punto de tirar el vaso de agua situado junto al
teléfono, el ruidoso timbre calla cuando una mano descuelga su auricular.
El hombre del bigote contesta con un cansino
y a enojado “Daaa…” a la llamada. Aunque está habituado a que lo despierten en
mitad de la noche, es algo que detesta. Se relaja un poco cuando reconoce la
voz al otro lado del auricular. Es la voz de un viejo amigo. Un oficial del
ejército, piloto de helicópteros, con el que entabló una buena amistad en
Afganistán, cuando estuvo destinado como corresponsal de guerra de la Agencia
Novosti. Juntos habían volado en innumerables ocasiones fotografiando los
desolados campos de batalla de aquellas áridas tierras.
-
Igor, soy yo. Siento despertarte en mitad de la noche
pero ha ocurrido algo grave en la central Vladimir Ilich Lenin. Un incendio. En
unas horas partiremos del aeródromo para evaluar los daños desde el aire. ¿Te
apuntas?
-
Si, claro. Dame un par de horas para que me asee y
prepare el material.
-
Ven lo más pronto que puedas, estamos esperando la
orden de partir.
Sin saberlo, esta llamada telefónica va a
cambiar la vida de ambos para siempre. Al piloto y a toda su tripulación apenas
le quedan unos días de vida. A Igor Kostin, el fotógrafo por vocación de la
Agencia Novosti, toda una vida dedicada a una causa.
Cargado con tres cámaras automáticas, pilas
de repuesto y suficiente rollo de película, el hombre legendario deja atrás a
su esposa y a su pequeño apartamento en Kiev, en dirección al aeródromo para
embarcarse en un MI-8. -Como en los viejos tiempos en Vietnam o Afganistán,
piensa, mientras accede a las instalaciones y ve al fondo a los técnicos
pertrechando al helicóptero.
Tripulación del MI-8 |
Su viejo amigo está esperándolo a pie de
pista. Tras un apretón de manos y un rápido abrazo, el piloto pone al corriente
a Igor de la misión. Será un vuelo de 45 minutos desde Kiev hasta la central;
sobrevolarán las instalaciones para ver los daños producidos por el fuego y retornarán
a la base para informar. Rápido y sencillo. Kostin podrá sacar todas las fotos
que quiera del accidente pero su agencia no podrá publicarlas hasta que no
tenga el visto bueno de las autoridades políticas. Oficialmente él no está
allí. Igor asiente mientras coge los protectores de oídos que le entrega el
piloto. Los MI-8 son unos aparatos muy ruidosos.
Primera foto de la catástrofe |
Debido a la incomodidad y al terrible ruido
del aparato, durante el vuelo Igor apenas habla con la tripulación. Permanece
sentado en silencio mirando pensativo el paisaje por la escotilla del MI-8. Es
la voz del piloto la que lo hace despertar de su ligero sopor cuando le
advierte de la presencia de una cortina de humo en el horizonte.
Instintivamente, revisa de nuevo su equipo y prepara una de las cámaras para
fotografiar el siniestro. Lo que va a observar y experimentar en los próximos
minutos es algo que marcará su vida para siempre. Un espectáculo del que pocas
personas en el mundo que sigan vivas, pueden presumir de haber visto con sus
propios ojos.
La magnitud de la catástrofe que se muestra
a cincuenta metros por debajo de la panza del MI-8, hace que afloren todos sus
instintos de reportero. Instintivamente, abre la puerta del helicóptero, agarra
su cámara automática y comienza a enfocar el amasijo de escombros provocado por
la catástrofe. Acciona el disparador una y otra vez hasta que de forma
repentina, deja de funcionar la cámara. Coge la siguiente cámara y sigue
disparando hasta que esta se rinde después del quinto disparo. La tercera
cámara tampoco funciona. Un silencio escalofriante y un calor abrasador
envuelven la escena. Una escena misteriosa, mágica. Todos se sienten como si
flotaran dentro del aparato. Un sabor metálico les invade la boca. Bajo ellos,
el edificio del reactor cuatro ha volado por los aires, dejando el núcleo
expuesto, liberando a la atmósfera su radiactiva carga mortífera. El magma en
que se ha convertido el combustible radiactivo y las barras de grafito, brilla
entre los escombros del reactor. Un espectáculo asombroso que ningún hombre en
la historia de la humanidad jamás vio. Hasta este momento, claro.
-
Lo siento, -se oye decir a Igor-, algo le pasa a las
cámaras. No puedo trabajar.
El helicóptero rodea el reactor una vez y
toma el camino de regreso a Kiev. Es la mañana del 26 de Abril de 1986, y hemos
atravesando el humo radiactivo volando a cincuenta metros por encima del
reactor cuatro de la central nuclear Vladimir Ilich Lenin, más conocida en
occidente como la Central Nuclear de Chernobyl.
Igor Kostin, Chernobyl 1986 |
A la vuelta al aeródromo, Igor siente un
nudo en la garganta. Se encuentra mareado, desorientado. Empieza a toser y
vomitar. Sabe que los síntomas no tienen nada que ver con el vuelo en
helicóptero. En todos sus años de profesión, nunca se ha sentido mareado después
de un vuelo. Es al llegar al laboratorio de revelado cuando entiende a qué se
ha enfrentado. De los veinte disparos que efectuó con las cámaras, todos los
negativos están en negro salvo la primera foto. Es la única que se salva. Todos
los rollos de película y los motores eléctricos de las cámaras están
destruidos. Todas las cámaras fotográficas han quedado inservibles. Son los efectos de la
altísima radiación a la que se han visto sometidos.
En nuestras entradas anteriores dedicadas a
la película “EL CONQUISTADOR DE MONGOLIA”
y al “ATOLON BIKINI”, hemos visto los
efectos de la radiación en las personas y la naturaleza, provocados por los
ensayos indiscriminados de armas nucleares. En esta tercera entrega dedicada a
la energía atómica, vamos a caminar por una de las mayores catástrofes
medioambientales en la historia de la humanidad provocada por una instalación civil, vista por los ojos de Igor
Kostin, la primera persona que fotografió el desastre de Chernobyl y dedicó
toda su vida a informar de primera mano al mundo las consecuencias de aquél desastre.
Consecuencias que aun se sufren en nuestros días y de las que ningún experto se
pone de acuerdo en el alcance global de las mismas.
Robot en acción, azotea del reactor número tres |
La noticia sobre el accidente se extendido
por todo el mundo como la pólvora. La catástrofe de Chernobyl afectó a toda
Europa: Francia, Alemania, Noruega, Suiza, Gran Bretaña, Italia, el noroeste de
España… todo el mundo se vio afectado. Pero nadie sabía exactamente lo que
había pasado. Solo circulaba una cantidad muy pequeña de información debido a
que el régimen soviético intentó minimizar desde el primer momento el
alcance de la tragedia. Como reportero, Igor Kostin comprendió de inmediato que
algo había que hacer. Su trabajo era ir allí e informar al mundo. Era su deber.
No recibe permiso para fotografiar Chernobyl hasta el 5 de mayo. El hecho de
que hubiera estado en la central antes de ese día era algo ilegal y prohibido
que no debía salir a la luz. Lo habría pagado caro.
Liquidadores |
Cuando el cuarto reactor explotó, los
escombros, parte del combustible y el grafito contaminado cayeron sobre el techo del tercer reactor. Toda
esta basura radiactiva tenía que ser recogida pero la radiación era
increíblemente alta allí. La dosis mortal para una persona es de cincuenta
roentgen, pero la radiación en el techo del tercer reactor era de 15.000
roentgen. Eso es un auténtico disparate. La civilización nunca antes había
experimentado tal nivel de radiación. Primero se trató de limpiar los escombros
con robots traídos desde Alemania y Japón pero, al igual que las cámaras
automáticas de Kostin, los robots pronto dejaron de funcionar bajo la altísima radiación.
Entonces se decidió enviar robots biológicos para hacer el trabajo sucio.
Personas de carne y hueso, para que nos entendamos. Soldados que tuvieron que elegir entre 40 segundos
de trabajo rápido en el techo de la central o dos años de destino incierto en
la guerra de Afganistán. La mayoría eligieron los 40 segundos. Son los llamados
“liquidadores” e Igor Kostin estuvo con ellos desde el primer momento para
fotografiarlos y dar testimonio de su trabajo.
Liquidadores, tejado del reactor 3 |
Colocaron una sirena que sonaba cada cuarenta
segundos para avisar a los liquidadores que su trabajo había terminado. Subían una
sola vez al tejado, arrojaban una pala cargada de escombros al reactor y
bajaban de nuevo a toda velocidad. Abajo, después de quitarse el traje
artesanal fabricado con planchas de plomo, les esperaban palabras de
agradecimiento, un bono de cien rublos, un certificado del ejército y un adiós
muy buenas. Todo el resto de sus vidas sufrirán en mayor o menor medida los
efectos de la radiación sobre su organismo. Todo por subir una sola vez al
tejado. Igor Kostin subió hasta cinco veces al tejado para fotografiar los
trabajos de los liquidadores. Tiene cinco certificados.
Durante los diecisiete años siguientes, el
hombre legendario dedicó todo su tiempo a mostrar al mundo las consecuencias de
la catástrofe. Para él, Chernobyl era como una droga. A pesar de que cada vez
que volvía a Kiev se sentía enfermo y cansado, no podía pasar más de tres o
cuatro días alejado del lugar. El 2 de enero de 1987 tuvo que ingresar en el
hospital Número 6 de Moscú, un centro especializado en las enfermedades relacionadas con
la radiación.
Mientras su salud se lo permitió, fotografió
a la catástrofe y sus consecuencias durante diecisiete años, en Rusia, Ucrania
y Bielorrusia. Fue a todas las regiones y tomó fotos de todos los aspectos del desastre
que le fue posible tomar. Estuvo desde el primer momento en el epicentro del siniestro, comprendiendo que lo que estaba haciendo allí era historia; una especie de manual
para que las generaciones venideras no cayeran en los mismos errores que llevaron al desastre de Chernobyl. Son legendarias sus fotos de la ciudad fantasma de
Pripyat, de las aldeas abandonadas de los alrededores, de la construcción del
sarcófago de hormigón con que se cubrió el edificio del reactor cuatro, de los
trabajos de los liquidadores, del cementerio de máquinas abandonadas victimas
de la radiación…
Igor Kostin, en la actualidad |
El fotógrafo moldavo nacido en 1936, llamado
"el Hombre Legendario" por el Washington Post, recibió a lo largo de
su carrera innumerables premios por la calidad de sus trabajos. En el año 2006
publicó el libro “Chernobyl: Confesiones de un Reportero”, publicado en España
bajo la Editorial Efados, donde deja testimonio de sus años dedicados a la
magnitud de la catástrofe, de sus vivencias entre los cerca de 800.000
liquidadores que trabajaron arriesgando sus vidas y de la desolación dejada en
la zona por la invisible radiación. En la actualidad, reside en Kiev junto a su
esposa e hija aunque pasa dos meses al año en hospitales a causa de las
secuelas dejadas en su organismo por las elevadas dosis de radiación recibidas
en todos estos años.
En cuanto al piloto del helicóptero que
nombrábamos al principio de esta entrada, murió junto con toda su tripulación en
los días posteriores al desastre, en un accidente cuando pilotaba el mismo MI-8
que días antes había llevado a Igor Kostin hasta el corazón del reactor abierto.
El accidente se produjo cuando las hélices del rotor chocaron con un cable de
acero mientras sobrevolaban el edificio del reactor cuatro, intentando sellar
la fuga de radiación vertiendo en el interior una mezcla de arena y boro. Tras
el choque, el aparato se precipitó al interior del reactor, muriendo toda la
tripulación en el acto. La escena del accidente fue filmada por el cámara Vladimir Shevchenko, un reportero soviético que días después murió a causa de la radiación absorvida. Es una secuencia muy famosa que los más morbosos encontrarán sin problemas en Youtube. Como última curiosidad, unas horas antes del fatal accidente del MI-8, Kostin hizo una fotografía de la tripulación junto a su aparato, ataviada con simples mascarillas de algodón como protección.
Fuentes:
Chernobyl: Confesiones de un Reportero. Igor Kostin, 2006.
Editorial Efados.
Coordenadas Google Maps:
Reactor Cuatro, central nuclear de Chernobyl: 51.3895528,
30.0991472
Pripyat, Ucrania: 51.395088 30.07704
Fotos:
Igor Kostin, Corbis / Verlag Antje Kunstmann