Hace
unas semanas salto una noticia curiosa a la prensa: un grupo de
investigadores y arqueólogos españoles, entre ellos un cordobés
compañero de promoción de mi mujer, determinaron el lugar exacto
donde fue apuñalado hasta la muerte uno de los personajes más
conocidos de la historia de la humanidad. La madrugada del 15 de
marzo del año 44 a.C., Julio César era asesinado en la Curia de
Pompeyo, en lo que hoy es el área arqueológica de Torre Argentina,
en Roma.
Julio
César, uno de mis personajes favoritos en esta gran obra de teatro
que compone nuestra historia, vivió durante dos años en España,
nada menos que en Córdoba, ejerciendo sus funciones de Cuestor de la
Hispania Ulterior, algo que puede sorprender al lector pero que se
convierte en irrelevante cuando ahondamos en el personaje y
descubrimos que, años después, este hombre acampó con sesenta y
ocho mil hombres divididos en ocho legiones, tropas auxiliares,
caballería y refuerzos, en lo que en la actualidad es el barrio de
“El Campo de la Verdad”, dispuesto a apoderarse de Córdoba por
medio del asedio, asalto y posterior saqueo, y así zanjar la
cuestión española en la Guerra Civil contra los hijos de Pompeyo,
en una sola victoria espectacular y rápida, logrando conquistar una
de las ciudades más importantes de la península.
Aunque
claro, los hijos de Pompeyo, Sexto y Gneo que no eran precisamente
mancos, repelen a las tropas de César en una sangrienta batalla en
los terrenos de El Campo de la Verdad. La ferocidad de las tropas que
defendían Córdoba, junto con la solidez de su muralla, la
imposibilidad de vadear el Guadalquivir con un mínimo de seguridad,
y la escasez de provisiones de su ejército, obligan a César a
desistir del asedio y dirigirse hacia la campiña cordobesa, en busca
de suministros para sus tropas y de otro terreno más favorable para
enfrentarse al enemigo.
Vista aérea de Ategua (foto de David Cruz) |
Y
es aquí donde entra en juego Ategua, una ciudad abandonada en época
medieval, situada en la campiña cordobesa junto al Cortijo de los
Castillos de Teba, en un enclave privilegiado sobre un gran cerro que
le permite dominar una amplia panorámica, pero que a finales del año
47 a.C., era una rica ciudad, dueña de grandes reservas de trigo y
defendida por una aguerrida guarnición pompeyana. Seguro que muchos
aficionados a la bicicleta la conocen por haber pasado por los
senderos que discurren junto a sus ruinas.
Enterado
Julio César de que en Ategua había mucho trigo, se encamina hacia
ella y rodea con su ejército todo el perímetro amurallado,
construye fosos, empalizadas y emplaza destacamentos de infantería
y caballería en campamentos menores situados en puntos estratégicos,
para evitar la llegada de ayuda a los sitiados. Tala los bosques
circundantes y construye torres de asalto, rampas, arietes y
manteletes con los que romper la defensa de Ategua.
Complejo arqueológico de Ategua |
Día
tras día se suceden escaramuzas. Desde las murallas de Ategua se
hostiga día y noche a los sitiadores con una lluvia de flechas
incendiarias, proyectiles incandescentes y violentas salidas
nocturnas contra las líneas enemigas que amenazan con estrangular a
la ciudad. Gneo Pompeyo acude desde Córdoba con un nutrido ejército en ayuda de Ategua pero se topa con los campamentos de avanzada de
Julio César que oponen una férrea resistencia. Mientras tanto, las
tropas de César logran derribar una parte del lienzo de la muralla
de Ategua y penetran en la ciudad pero la ofensiva es repelida por
los defensores ategüenses y los intrusos son devueltos a sangre y
fuego al exterior del recinto amurallado. En la retaguardia, las
tropas de Gneo Pompeyo abren una pequeña brecha y, a uña de
caballo, un reducido grupo logra atravesar las líneas de Julio César
y entrar en la ciudad. Allí, siguiendo órdenes de Gneo Pompeyo,
preparan una contraofensiva intentando pillar desprevenido al
ejercito enemigo y romper el cerco pero tras una lucha encarnizada y
un baño de sangre, el plan de Pompeyo fracasa y deben volver a la
desesperada en busca de la protección de las murallas de Ategua.
Tras
semanas de asedio, dentro de la ciudad se producen los primeros
enfrentamientos entre las tropas de Pompeyo y los propios habitantes
de Ategua. La desesperación y el fracaso de la contraofensiva
provocan deserciones y hace que el mando de Pompeyo empiece a ver
traidores y simpatizantes de César entre los ategüenses. Es aquí
cuando la crueldad más feroz cae como un oscuro manto sobre el
interior de la ciudad y sus habitantes. Los soldados lusitanos al
mando de Pompeyo asesinan en la parte superior de las murallas a las
mujeres de los desertores, llamando por sus nombres a los maridos que
estaban en el bando contrario para que presencien la muerte de sus
esposas, y a los hijos en el regazo de sus madres; a algunos de los
pequeños los aplastan contra el suelo a la vista de sus padres, a
otros los tiran al aire y los ensartan en la punta de las lanzas.
Sangre inocente corre a ríos por las calles empedradas de Ategua y
las cabezas de los supuestos traidores lucen en las murallas clavadas
en picas.
Finalmente,
el deterioro de la situación dentro de la ciudad, el cansino asedio
de Julio César y los fracasos de Pompeyo por aliviar el cerco, hace
que los pompeyanos de Ategua capitulen y entreguen la ciudad sin
condiciones al enemigo el día 19 de febrero del año 46 a.C.
Todo
esto ocurrió hace dos mil cincuenta y ocho años a tan solo 20 kms.
de Córdoba. El mítico Cayo Julio César, dos años antes de morir
apuñalado por Bruto en las calles de Roma, se paseó con su capa
roja al mando de sesenta y ocho mil hombres por la campiña
cordobesa y participó en una de las batallas más decisivas de las
Guerras Civiles. Hace dos milenios; antes de ayer
como quien dice. Todos estos acontecimientos y muchos más los dejó escritos Julio César de su puño y letra en el “Bellum
Hispaniense” (La Guerra de
España). Aun hoy, en las inmediaciones del Castillo de Teba, se sigue encontrando material de guerra romano, alguno tan curioso como proyectiles de onda con leyendas grabadas en latín del estilo de "jódete Pompeyo" y otras lindezas.
Conmocionante el asedio de Ategua por parte de Julio César. Pasajes históricos como éste, con localizaciones muy próximas a nosotros, evidencian unos hechos extremadamente cruentos; cuando vemos series de TV, ambientadas en esta etapa histórica, repletas de violencia y crueldad, pensemos en los protagonistas de estas crónicas, gente real frente al auténtico infierno de la guerra. Felicitaciones, de nuevo M.A.B.
ResponderEliminarA la hora de reflejar toda la crueldad que el hombre puede desarrollar, las series de televisión se queda muy cortas. El asedio a Munda, en lo que fue la batalla final de la Guerra Civil en España entre Pompeyo y César, es de una crudeza inhumana. Y también ocurrió muy cerca de nosotros.
EliminarAve MAB: Vestrum est populus.
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