Este año se conmemora el centenario del comienzo de la Primera Guerra
Mundial. La Gran Guerra. Lejos de entrar en los motivos que desencadenaron el
conflicto bélico más grande y cruento de la historia de la humanidad, en el que
participaron treinta y dos naciones y setenta millones de combatientes, o en
las devastadoras consecuencias para la economía europea y mundial que provocó
una contienda que se prolongó por espacio de casi cuatro años y medio, quiero
centrar esta entrada en un héroe sorprendente que vivió en primera persona las
miserias del soldado de trinchera, encuadrado en el 102º Regimiento de
Infantería de la 26ª División Yankee de Massachussets, ganándose el respeto y
la admiración de todos sus compañeros de armas, por su arrojo, valentía,
sacrificio y sentido de la camaradería en el campo de batalla. Y todo a pesar
de su pequeña estatura –Stubby significa “achaparrado” en inglés- y a su
sorprendente corta edad. Porque Stubby entra por primera vez en combate a la
tierna edad de un año. En realidad, cuando comienza la Gran Guerra Europea,
allá por julio de 1914 y mientras franceses, británicos y alemanes se están
repartiendo cera de lo lindo por esos embarrados campos de batalla europeos,
Stubby aún no había nacido. Tampoco Estados Unidos, el país que lo vio venir al mundo y lo
acogió en su seno, había entrado en guerra. ¿Increíble? No
tanto si seguimos leyendo. Todo tiene su explicación.
La historia del sargento Stubby comienza en abril de 1917, cuando
finalmente Estados Unidos entra en guerra y nuestro protagonista es un pequeño
ser que deambula por las inmediaciones de la Universidad de Yale, donde fuerzas
de la Guardia Nacional estadounidense, concretamente el 1º de Connecticut de la
zona de Hartford y el 2º de Connecticut de la zona de New Haven, montan un
campo de entrenamiento e instrucción para mandar a sus muchachos con un mínimo
de entrenamiento a la picadora de carne europea. A pesar de los esfuerzos de
reclutamiento, ninguno de los dos regimientos logra reunir el número mínimo de
efectivos necesario para formar un regimiento independiente de combate, por lo
que el 1º y el 2º de Connecticut se unen para formar el 102º Regimiento de
Infantería, asignado a la 26 División de Massachussets, la famosa división
Yankee. Es en esta época cuando Stubby se une al Regimiento. Para quien aún no
lo haya adivinado, Stubby es un feo chucho abandonado de raza indeterminada que
vive en un inmundo cubo de basura en la Universidad de Yale.
Un buen día, el soldado John Robert Conroy se cruza con el famélico
animal y se apiada de él. Comienza a dejar comida fuera del barracón para que
el animal se vaya acercando sin miedo y coja confianza. Con el paso de los días, el perro se va
ganando a los muchachos de la compañía gracias a su simpatía e inteligencia, al
punto que empieza a dormir dentro del barracón, junto con los soldados. Después
de sólo unas pocas semanas merodeando por el campo de instrucción, observando a
los soldados desfilar a diestro y siniestro realizando todo tipo de maniobras
soldadescas, el perro aprende de memoria los malditos toques de corneta,
ejecuta a la perfección las maniobras de marcha con los hombres, y -esto es lo
más sorprendente- aprende a identificar a los oficiales superiores del resto de
la tropa y a saludarlos reglamentariamente, poniéndose a dos patas con los
cuartos traseros y llevándose la pata delantera derecha a la frente, en un
perfecto saludo militar. Estaba claro que Stubby había nacido para la vida
castrense.
En octubre de 1917, cuando la 26 División se embarca hacia Francia a
bordo del SS Minnesota, el soldado Conroy sube a bordo de contrabando a Stubby,
escondido en su abrigo. Entonces las mascotas no podían llevarse al frente. Ahora creo que tampoco. Conrad, con la complicidad de otros compañeros de armas, mantiene escondido a
Stubby en la carbonera hasta que el buque se adentra en alta mar. A los pocos
días, los chicos llevan al perro a cubierta para que respire aire puro y juegue
con ellos. La travesía hasta la Francia en guerra transcurre sin mayores
contratiempos, entre las risas y el buen rollo de los soldados y marineros del
Minnesota por las ocurrencias de Stubby. A uno de los maquinistas del barco, se le
ocurre la brillante idea de fabricar al perro unas chapas de identificación
idénticas a las de los hombres del 102º, chapas que Stubby lucirá con orgullo
colgadas al cuello desde ese momento. Al llegar a Francia y desembarcar del SS
Minnesota, el oficial al mando de Conroy descubre al perro escondido en su
abrigo y comienza a echarle un rapapolvo al soldado de padre y muy señor mío,
momento en el que Stubby aprovecha para ponerse a dos patas y saludar
reglamentariamente al oficial en cuestión. No hace falta decir que en dos
segundos el avispado can se metió en el bolsillo al oficial.
Stubby junto al soldado Conroy |
Con órdenes especiales en el bolsillo del soldado Conrad que permiten a
Stubby acompañar como mascota a la 26 División, el 5 de febrero de 1918 el 102º
de Infantería llega a las líneas del frente, en Chemin des Dames, al norte de Soissons. No corren buenos tiempos en la Francia en guerra. El Cuerpo Expedicionario
Americano es considerado por los aliados como soldados de segunda clase poco fiables sin supervisión francesa, y la guerra de trincheras
combinada con el gas letal, se toma su inevitable peaje en la moral de los
hombres del 102º. Los alemanes, sabedores de que ese sector es ocupado por
novatos soldados yankees, asedian sus líneas con fuego constante, día y noche,
durante más de un mes, con el firme propósito de minar la moral. En esta
situación, Stubby aporta su granito de arena levantando la moral de las tropas
estadounidenses, recorriendo las trincheras arriba y abajo en mitad un tupido
fuego de fusilería y de los bombardeos más feroces, con su habitual gracia y desparpajo.
Su primera herida en combate se produce a consecuencia de un ataque con
gas mostaza. Es llevado a un hospital de campaña cercano y cuidado como un
soldado más hasta que sana, volviendo de nuevo al frente con sus compañeros del
102º. Está lesión en combate deja en su olfato una sensibilidad fuera de lo
común al gas. Posteriormente, en Abril de 1918, durante una incursión para
tomar al asalto Schieprey, Stubby fue herido en la pata delantera
y el pecho por la metralla de una granada de mano, lanzada por los alemanes en
retirada. Fue enviado de nuevo a la retaguardia para su recuperación,
necesitando de una intervención quirúrgica para extraer la metralla y de seis
semanas de recuperación. Como antes lo había hecho en el frente, gracias a su buen carácter es capaz de
levantar la moral de los médicos, enfermeras y soldados convalecientes. Cuando
se recupera de sus heridas, Stubby vuelve de nuevo con su unidad a la rutina de
las trincheras.
Una noche de la primavera de 1918, los alemanes deciden atacar el sector
ocupado por la compañía de Stubby con gas mostaza. Gracias a su fabuloso
olfato, el perro olfatea antes que los hombres del 102º el agente contaminante
y corre desesperado a lo largo de la trinchera, despertando a ladridos y
mordiscos a los soldados, alertándolos del mortal ataque mucho antes de que las
alarmas los prevengan para usar sus máscaras antigás, salvando así numerosas
vidas. Después de llevar a cabo su trabajo, Stubby se aleja de la zona como
alma que lleva el diablo, y no vuelven a verle el pelo hasta que el gas no se
disipa por completo. Lógico si pensamos que el chucho no tenía máscara antigás.
Después de encarnizados combates, son legendarias las excursiones de
Stubby en tierra de nadie, localizando a heridos norteamericanos y alertando a los sanitarios de su posición para que sean rescatados y llevados zona segura para atender sus heridas. Y solo localizaba soldados aliados porque, por increíble que parezca, el can sabía diferenciar a la perfección el idioma inglés del alemán, conocía sin equivocarse una sola vez el uniforme alemán del norteamericano e incluso, por el olfato, distinguía a un compatriota de un boche. Un buen día de primavera de 1918, en una de sus famosas excursiones fuera de las trincheras, en el Argonne, localiza un bulto escondido entre unos
matorrales. Se trata de un soldado alemán espía que está mapeando el
emplazamiento de las trincheras aliadas. Cuando lo reconoce como soldado
enemigo, se abalanza sobre él atacándolo y dejándolo inmobilizado, hasta que
los soldados estadounidenses llegan al lugar alertados por los ladridos y se
encuentran con el pastel. Por esta valerosa acción en el campo de batalla,
Stubby es ascendido con todos los honores al rango de sargento, por el
comandante del 102º Regimiento de Infantería de los Estados Unidos, convirtiéndose
en el primer perro que logra tal puesto en el escalafón del Ejército norteamericano.
Stubby también estuvo presente en la liberación de Chateau Thierry,
donde impresionó tanto a los habitantes de la ciudad, que las mujeres le
confeccionaron a medida una manta de gamuza en la que bordaron las insignias de
su regimiento y las banderas aliadas. En esta manta sus compañeros añadieron su
nombre, sus galones de sargento y las medallas conseguidas en combate. Porque,
aunque parezca inaudito, Stubby consiguió varias medallas por su valor en el
campo de batalla, la primera de ellas en el sitio de Neufchateau, muy cerca de
la casa de Juana de Arco. A la manta, los hombres del 102 añadieron una
guerrera diseñada de forma similar al uniforme militar estadounidense. Huelga
decir que ambas prendas Stubby las lucía con total naturalidad.
Stubby, Museo Smithsonian |
Nuestro protagonista, que sobrevivió durante dieciocho meses a todos los
horrores de la Gran Guerra entre el barro, las miserias y las atrocidades de
los campos de batalla europeos, enrolado en el Cuerpo Expedicionario Estadounidense,
participando en diecisiete de batallas y cuatro ofensivas -St. Mihiel, Meuse-Argonne,
Aisne-Marne y Champaña Marne-; regresó a su país sano y salvo en brazos de su
fiel amigo, el cabo Conroy, aquel muchacho que se apiadó de él en el Campus de
Yale cuando apenas era un cachorro. Al llegar a su país, fue recibido como un
héroe, destacando sus hazañas en la práctica totalidad de los periódicos del
país. Fue nombrado miembro vitalicio de la legión americana, conoció a tres
presidentes de los Estados Unidos -Wilson, Harding y Coolidge- incluidas dos
visitas oficiales a la Casa Blanca, fue condecorado personalmente por el
general Pershing con la medalla de oro por sus acciones humanitarias en el
campo de batalla, y fue nombrado miembro vitalicio de la Cruz Roja. Entre las
condecoraciones que recibió a lo largo de su vida destacan:
- La medalla
francesa de la Batalla de Verdun.
- Medalla New
Haven de los Veteranos de la IGM.
- Medalla
División Yankee YD
- Gran Medalla
de Guerra de la República de Francia
- Medalla de
oro de la Humane Education Society.
- Medalla de
la campaña de St Mihiel
- Medalla de
la campaña de Chateau Thierry
- El Corazón
Púrpura.
A partir de 1921, acompañó a Conroy cuando éste decidió retomar sus
estudios en la Universidad de Georgetown Law Center, convirtiéndose en la
mascota oficial del equipo de fútbol americano “Las Hoyas de Georgetown".
En el descanso de cada partido, para delirio de los aficionados, Stubby saltaba
al campo haciendo toda clase de gracias empujando la pelota alrededor de todo
el campo. Así pasó el resto de sus días hasta que fallece en 1926 en brazos de
Conroy. Su cuerpo disecado se exhibe en la exposición “The Price of Freedom:
Americans at War” sita en el Museo Smithsonian de Washington. Finalmente, en
una ceremonia celebrada el 11 de noviembre de 2006, fue honrado con un ladrillo
en el “Walk of Honor” de la WWI del “Liberty Memorial” de Kansas City,
conmemorando el día del armisticio.
Fuentes
Sergeant Stubby: How a Stray Dog and His Best
Friend Helped Win World War I and Stole the Heart of a Nation. by Ann Bausum
Una bonita historia. Saludos.
ResponderEliminarGracias Juan. Añado un detalle a la historia que me dejé en el tintero: Stubby, gracias a su oído canino, escuchaba los pepinazos de la artillería alemana antes que cualquier otro soldado y, con sus ladridos, era capaz de avisar con tiempo a la tropa para que se pusieran a cubierto.
EliminarUn saludo.
Ayer viendo un programa de TV sobre Volcanes, dijeron que muchas horas antes de que entren en erupción, los animales de la zona huyen alertados por un sentido que les advierte del peligro. Sin duda Stubby utilizó este sentido para salvar a sus compañeros. Hurra por Stubby...
ResponderEliminarexcelente historia, excelente homenaje...!
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