Doramad, publicidad diario La Vanguardia |
Para
terminar con esta serie dedicada a la energía nuclear, vamos a dejar a un lado
las pruebas de armamento atómico, las catástrofes nucleares y los paisajes
desolados vistos en las anteriores entradas. Tampoco voy a entrar en la
vertiente terapéutica y de diagnóstico de la medicina nuclear, practicada en
los hospitales y centros sanitarios que disponen de un Departamento de
Radiología y de un Departamento de Medicina Nuclear. Para poner un broche de plutonio a la serie dedicada
al átomo, vamos a hablar un rato de la energía atómica aplicada al consumo
humano ¿Comoooooo? ¿Al consumo humano?
Eso es. Habéis leído bien. Artículos puestos a la venta al alcance de casi cualquier
bolsillo, en supermercados, grandes almacenes, farmacias, droguerías,
jugueterías, joyerías y en cualquier tiendecita que se os ocurra.
Pero
tranquilos, que no cunda el pánico. A día de hoy, que sepamos, ya no están a la
venta estos inofensivos productos, aunque hubo un tiempo, entre los años 1920 a
1960, que causaron furor entre los consumidores. Furor… y alguna que otra lamentable
dolencia más. Pero no adelantemos acontecimientos. Dejad primero que me acabe este
sabroso chocolate a la taza preparado con una tableta Burk & Braun y me cepille los dientes con Doramad. Después de saborear un sabroso chocolate alemán, una buena
higiene dental es esencial para disfrutar de una sonrisa radiante.
Expresiones
como mirada brillante, rostro luminoso,
sonrisa radiante, labios refulgentes o
blanco nuclear, se pusieron de moda a principios del siglo XX aunque con un
significado diferente al que hoy conocemos. Un significado, digamos… más literal. El descubrimiento del radio
a manos del matrimonio Curie en 1.898, había abierto un abanico de
posibilidades a la industria del momento y los más avispados charlatanes y
vendedores de humo, no dejaron pasar la oportunidad. Pronto vieron la vertiente
crematística de la cuestión y convirtieron al Radio en una especie de remedio milagroso para todo. En poco
tiempo, el mercado fue inundado de toda clase de potingues y brebajes que
prometían todo tipo de remedios milagrosos a cualquier patología que se os
ocurra, desde la impotencia a la calvicie, pasando por las arrugas, el
estreñimiento, las almorranas o los golondrinos. Con el tiempo, muchos de estos
taimados emprendedores fueron víctimas de sus propios inventos sacadineros, al
igual que los trabajadores empleados en sus negocietes o los incautos
consumidores de estos productos. La gran mayoría descubrió los efectos letales
del Radio demasiado tarde.
Casco radiactivo rizador de pelo . ¿Rizos de muerte? |
En
la actualidad, todo esto nos puede parecer chocante, asombroso e inverosímil
pero a principios del siglo XX, los efectos de la radiactividad en el organismo
eran totalmente desconocidos. Incluso se pensaba que sus propiedades eran
beneficiosas o en todo caso, inofensivas. Solo se descubrió el resultado del
envenenamiento por radiación cuando cayeron las primeras víctimas. Pero como en
esta última entrada dedicada al tema no quiero ponerme apocalíptico (no
pretendo ser el nuevo Pedro Piqueras), vamos a verle el lado cómico a todo este
asunto, ya superado y un tanto lejano en el tiempo. Para ello, hoy traemos a El Pozo de Esparta un abanico de
magníficos artículos, todos ellos con la radiactividad como elemento común en
su composición. Hoy nos parecerán disparatados pero pensad que para nuestros
abuelos eran sinónimo de modernidad y progreso. Aviso: por sus nombres, algunos
os parecerán inventos del Dr. Heinz
Doofenshmirtz, más conocido como el científico loco de la serie Phineas y Ferb, con la diferencia de que
estos son reales. En fin, comencemos:
THO-RADIA:
En
1933, el farmacéutico Alexis Moussali y el médico parisino, Alfred Curie,
pusieron en marcha una serie de productos de belleza radiactivos, primero en la
Rue des Capucines y después en el 146 de la Avenida de Victor Hugo, en París.
Alexis Moussali era el cerebro detrás de la operación comercial mientras que
Alfred Curie era un nombre inventado para dar prestigio al laboratorio. De
hecho, el tipo no tenía la más mínima relación con Marie y Pierre Curie e
incluso se sospecha que ni siquiera era médico. La gama de productos, que
incluía leche limpiadora, crema para la piel, polvo, colorete, lápiz de labios
y pasta de dientes, contenía cloruro de torio y bromuro de radio, ambos
radiactivos. Tho-Radia era un producto relativamente caro para la época. Por
poner dos ejemplos, la crema se vendió por 15 francos el tarro y la pasta de
dientes a 6 francos el tubo. Un disparate para la época. A pesar del precio, de
que los productos eran los causantes de que las señoras perdieran los dientes o
se quedaran calvas, Tho-Radia se vendió en Francia desde 1933 hasta principios
de 1960.
RADITHOR:
El
buscavidas William J.A. Bailey se hizo de oro en la década de los años 20 del
siglo pasado gracias a la patente de un medicamento llamado Radithor. Fabricado por los Laboratorios Bailey Radium, Inc., de
East Orange, New Jersey, el brebaje en cuestión no era más que agua destilada
en un frasquito. Bueno, agua destilada aliñada con radio. A Bailey el negocio le iba sobre ruedas hasta que al magnate,
ex campeón nacional de golf norteamericano y gran consumidor de Radithor, Eben M. Byers, le dio por
morirse. Aunque claro, Byers no murió sin más. Antes de entregar el correaje,
el finado parecía un monstruo deformado, devorado por el cáncer, con la médula
ósea devastada. Fue una simple casualidad que de 1927 a 1931, Byers consumiera
más de mil frasquitos de Radithor. La
muerte causada por envenenamiento masivo por radio de un personaje importante de la sociedad americana,
contribuyó a la introducción de normas de regulación del uso de radioisótopos
en los artículos de consumo. Ni que decir tiene que tanto Radithor como otros remedios radiactivos desaparecieron de las
farmacias americanas. No así en Europa. Ochenta años después, los frascos de Radithor que aun sobreviven en manos de
coleccionistas, siguen siendo peligrosamente radiactivos.
REVIGATOR:
Revigator,
la jarra Brita de nuestros abuelos, fue comercializada durante los años 20 y
30, solo que esta, en vez de depurar, lo que hacía era añadir al agua una
pequeña dosis de radio y uranio, para mejorar la salud, prevenir la tos del
abuelo y esas cosas. Su publicidad decía:
“Rellena la jarra de agua cada noche. Bebe tranquilamente cada vez que tengas
sed hasta completar una media de seis vasos al día. Los millones de rayos
penetran en el agua para formar ese saludable elemento que es la
RADIO-ACTIVIDAD. Al día siguiente, toda la familia dispone de seis litros de
auténtica y saludable agua radioactiva”. Perturbador.
DORAMAD:
Hoy
nuestros dentífricos contienen flúor, microgranulos, sílicas y demás chorradas,
y aún así seguimos padeciendo caries. Sin embargo, los alemanes de la compañía
Auergesellschaft, símbolo de modernidad, calidad e innovación, dieron un paso
más y desarrollaron la asombrosa pasta de dientes Doramad, un dentífrico que
durante la Segunda Guerra Mundial causó furor en Europa. Pero para saber un
poco más acerca de esta revolucionaria pasta para la higiene bucal, nada mejor
que acudir a la publicidad de la época: “Usted
podrá conseguir una encantadora sonrisa, dientes brillantes y hermosos gracias
a la pasta dental radioactiva Doramad. Clínicamente probada y elegida por las
más hermosas mujeres del mundo, Doramad es el último grito de la moderna
higiene bucal. Gracias a sus suaves rayos radiactivos, sigue siendo eficaz hasta
cuatro horas después de su aplicación. No daña el esmalte dental, evita el
sarro, así como cualquier inflamación bucal. La sangre circula más fuerte,
proporcionando a las encías un saludable color rojo fuerte. Los dientes, sin
embargo, serán blancos como la nieve”.
Hasta
muchos años después nadie asoció que, después del uso prolongado de Doramad, la
gente padeciera enfermedades de la visión como cataratas o que los dientes se
les cayeran a pedazos literalmente. Eso sí, dientes blanco nuclear sin una sola
caries. La radiactividad mataba a todas las bacterias y demás guarradas que
campan a sus anchas por nuestra boca.
UNDARK:
Gracias
a sus propiedades fluorescentes, a principios del siglo XX la pintura a base de
radio era muy común en las esferas de los relojes. Undark, una pintura luminosa patentada y producida por US Radium Corporation a partir de la
depuración del radio y comercializada entre 1917 y 1938, era empleada por el
ejército americano en sus aparatos e instrumentos de uso nocturno. La fábrica
empleaba a 70 trabajadoras pintando a mano el instrumental con un delicado
pincel de camello, sin otra protección ante la radiación que un bonito uniforme
corporativo. Un pincel al que chupaban sus cerdas impregnadas de pintura radiactiva
para que el trazo fuera más fino y delicado. Muchas de ellas se ponían la
pintura fluorescente a modo de broma o como coquetería, en uñas, dientes y pelo
e incluso se la aplicaban en los labios para resultar atractivas a sus maridos.
En 1925, el 80 por ciento de las mujeres empleadas en la fábrica habían
desarrollado anemias neoplásicas, necrosis y lo que más tarde se denominó “mandíbula de Radio”, enfermedades que
con el tiempo acabaron llevándolas a la tumba una a una. Ante las acusaciones de las trabajadoras, la compañía se defendió
diciendo que la causante de todas sus dolencias era la sífilis. Encima de radiadas, acusadas de promiscuas. Al final se
hizo justicia a medias y un tribunal condenó a la empresa a pagar a cada una de
las chicas 100.000 dólares como indemnización y una renta vitalicia de 600 dólares
mensuales. Justicia a medias porque muchas de ellas no llegaron a cobrar ni una
sola mensualidad.
…
y ahora llegan mis tres artículos favoritos:
RADIENDOCRINATOR:
Bajo
este inquietante nombre, se esconde uno de los artilugios más revolucionarios
del siglo XX. Desarrollado en 1930 por el polifacético buscavidas William J.A.
Bailey, el mismo científico autodidacta que inventó el Radithor, el Radiendocrinator
fue pensado para vigorizar la virilidad sexual de hombre. El aparato en
cuestión, compuesto por siete piezas de papel radiado del tamaño de una tarjeta
de crédito, cubiertas con una fina película de plástico, debía colocarse
durante la noche para tonificar la masculinidad. ¿Que dónde debía colocarse? En
las glándulas endocrinas. En el escroto, para que nos entendamos. Precio del
artefacto: ciento cincuenta dólares de la época. Una fortuna. Que los
consumidores de este original invento, aparte de morir de cáncer de vejiga, no
consiguieran el efecto deseado, era algo de esperar. Después de ochenta años,
los pocos Radiendocrinator que
todavía se conservan, aún emiten una radiación al contacto de 200 mR/hr. Para
hacernos una idea, el uso prolongado de este cachivache cada noche durante un
mes, hace que el organismo asimile dosis radicación hoy consideradas como
mortales.
VITA RADIUM:
La
Viagra de principios del siglo XX se llamaba Vita Radium, solo que no se comercializaba en comprimidos orales. Los
más aprensivos notarán como cierta parte de su cuerpo, localizada allí donde
nunca brilla el sol, se encoge hasta alcanzar el tamaño de una lenteja cuando
descubran horrorizados que Vita Radium, un compuesto altamente radiactivo
dirigido al público masculino “desanimado
y débil”, era en realidad un supositorio del calibre 7,62. Eso sí, estos supositorios con alto contenido
en radio, producidos por los laboratorios Home
Products Company de Denver, Colorado, eran enviados bajo pedido a sus destinatarios
con un discreto envoltorio para garantizar la confidencialidad. La dignidad es
lo primero.
NUTEX RADIUM:
Podríamos
seguir hablando largo y tendido de cientos de productos radiactivos vendidos
como milagrosos e inofensivos, en toda clase de establecimientos de la época
pero como la entrada ya se está alargando más de la cuenta, voy a pasar de
puntillas por algunos de ellos, como el chocolate radiactivo de la casa
alemana Burk & Braun, la crema Radior, mujer siempre bella y radiante, el pan de radio de la panadería checa Hippman-Blach, Bioray, un inútil pisapapeles
radiactivo que, según los anuncios de la época, era un "sol en miniatura", Adrenoray,
la imprescindible hebilla de cinturón radiactiva, Laine Oradium, una manta
para bebés, fuente natural de calor radiactivo, la bujías radiactivas Firestone, con electrodos de polonio para que tu coche fluya a la velocidad del átomo, Radioveinole,
una estupenda crema contra las pertinaces hemorroides, o el juguete
radiactivo “Atomic Energy Lab”, cuya caja contenía entre otros
artilugios, cuatro tipos de mineral de uranio, una fuente de beta-alfa
(Pb-210), una fuente de beta puro (Ru-106), una fuente de rayos gamma (Zn-65),
un contador Geiger, y el manual “La prospección de uranio”. Sobrecogedor.
A
pesar de que, finalmente, se terminaron conociendo los efectos nocivos de la
radiactividad, adjetivos como radiante, atómico,
nuclear, luminoso o refulgente quedaron
instalados en nuestro lenguaje cotidiano para resaltar a cualquier objeto,
situación o propiedad, como algo excepcional y exclusivo.
Fuentes:
Literary Digest, 16 de abril 1932.
Una fuerte descarga de electricidad estática acaba de recorrer todo mi cuerpo...Los pelos de punta!!!!!
ResponderEliminarPara los pelos de punta te aconsejo el casco ondulador radiactivo. Mano de santo. ;)
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