El título de la entrada parece el comienzo
de un chiste. Y podría serlo. Ahora que está tan de moda las conspiraciones, el
chantaje, el espionaje y demás situaciones de lo más ameno en nuestro día a
día, me viene a la mente una de las mayores chapuzas de todos los tiempos en la
historia del espionaje de los servicios secretos que, aunque parezca mentira,
no fue protagonizada por españoles. Una rocambolesca historia que una vez más
hace bueno el dicho de que “la realidad supera con creces a la ficción”.
Fidel Castro |
En plena Guerra Fría, los señores del
turbante, el chaleco de bombas y el kalashnikov no suponían una seria amenaza.
Eran más bien un instrumento en manos de la CIA para combatir a ese demonio de
siete cabezas llamado comunismo y a su principal embajador en la Tierra: la
Unión Soviética. Si de algo podía presumir la Unión Soviética era de la
asombrosa facilidad que tenía fabricando títeres para después ponerlos al
frente de gobiernos de pacotilla en países de tercera categoría. Además del
ajedrez, invadir países y colocar títeres en la poltrona era el deporte
nacional soviético. Los norteamericanos envidiaban esa innata habilidad
titiritera del soviético. Los norteamericanos veían títeres soviéticos por
todas partes. Es aquí donde entra en juego nuestro simpático y locuaz
comandante Castro.
Fidel Castro y Nikita Kruschev |
En la CIA no tenían ni idea de cómo dar
pasaporte a Castro de manera limpia y profesional, sin que pareciera que los
Estados Unidos estaban cocinando el pastel. El comandante era un tipo listo (más
de cincuenta años ininterrumpidos en el poder son su aval) que los tenía
completamente descolocados. Pero héteme aquí que de repente, el cubano cometió
un serio desliz. A un supuesto títere comunista al servicio de la Unión
Soviética se le ocurrió el disparate de ¡LEGALIZAR EL JUEGO! El lamentable
traspié de Castro provocó la ira del único grupo de norteamericanos con intereses
en Cuba que hasta el momento estaban felices con la situación: la Mafia.
El informe llamado las “Joyas de la Familia”
desclasificado en el año 2007 por la Agencia Central de Inteligencia
estadounidense, desvela con todo lujo de detalles el matrimonio de conveniencia
llevado a cabo entre la CIA y la Mafia para eliminar a Fidel Castro. Un plan
absurdo y descabellado que mezcla espías, mafiosos, chapuceras escuchas
telefónicas, agentes dobles, traidores, un novio despechado y seis píldoras de
veneno. Todo sacado directamente del guión de una película de Leslie Nielsen. O
al menos lo parece.
Richard Bissell, padre del avión espía U2 |
Los contactos con la Mafia comienzan a
través de Robert A. Maheu, un ex agente del FBI y colaborador de la CIA. Maheu
se hace pasar por un agente libre contratado por empresas internacionales que
sufren fuertes pérdidas financieras en Cuba y se entrevista con Johnny Roselli,
un conocido mafioso de alto rango, famoso por controlar el floreciente mercado
de las máquinas de hielo en Las Vegas. El 14 de septiembre de 1960 quedan en un
hotel de Nueva York para lamentarse mutuamente de las fuertes pérdidas
económicas de unos y otros que se están produciendo en la isla como
consecuencia de las acciones de Castro. En un momento de la conversación, envalentonado por el ambiente, Maheu
le ofrece a Roselli 150.000 dólares por ayudar a que Castro abandone el mundo de los vivos. Roselli, tipo listo, no quiere verse implicado en el asunto y no acepta
el trato pero acuerda con Maheu presentarle más adelante a unos amiguitos
italoamericanos muy agradables y aseados que seguro que no ponen ningún reparo
al plan.
Salvatore Giancana |
Dan Rowan |
Obviamente,
los tiernos animalitos sobrevivieron tan panchos a las pruebas,
debido a que estos sesudos agentes ignoraban que los conejillos de
indias son inmunes a este tipo de toxina. Vuelven a mejorar la
fórmula y esta vez, tiran la casa por la ventana adquiriendo a dos
pobres monos con los que usar las pastillas. Ahora sí funciona.
Normal. La dosis que contiene también hubiera matado a una ballena
azul. Satisfechos con el resultado, seis píldoras botulínicas se
ocultan dentro de una estilográfica y se entregan a Johnny Roselli, quien a
su vez se las pasa al señor Trafficante (tiene guasa el apellido).
Santos Trafficante, el que faltaba en el ajo. |
Para
terminar de complicar el asunto, Salvatore Giancana, un tipo con un asombroso parecido al actor Joe Pesci, capta para la causa a Juan Orta, un funcionario cubano
que tenía vínculos con Fidel y que le debía pasta a Trafficante.
Tras varios intentos de magnicidio sin éxito, Juan Orta levanta
sospechas entre sus colegas y es despedido de la oficina de Castro,
cancelándose más tarde el proyecto "dar pasaporte al Barba" debido
a la invasión y fracaso de Bahía Cochinos, en abril de 1961. Orta
huye de Cuba y termina sus días tan ricamente tomando el sol en las
playas de Florida.
Años después, en 1975, Robert Maheu ante la
sorpresa general, destapa parte de la chapucera operación testificando ante el
Comité Church, una comisión abierta por el Senado de los Estados Unidos, cuyo
único objeto es investigar la ilegalidad de algunas de las operaciones de
inteligencia llevadas a cabo por la CIA y el FBI, destapadas parcialmente por
el feo asunto del Watergate. Huelga decir que después de testificar Maheu,
lejos de erigirle una estatua ecuestre o poner su nombre a una calle, es
encontrado días después cadáver, flotando despreocupadamente en el interior
de un bidón de aceite de cincuenta y cinco galones, en la costa norte de Miami
Beach.
Una bonita historia con final feliz. Y si no que se lo pregunten al pringao de Maheu.
Una bonita historia con final feliz. Y si no que se lo pregunten al pringao de Maheu.
Fuentes:
https://www.cia.gov,
página oficial de la Agencia Central de Inteligencia de los Estados
Unidos.
http://www.granma.cubaweb.cu
Órgano oficial del Comité Central del Partido Comunista de Cuba.
N.
del A.: Hay que ver la historia desde los dos puntos de vista. ;)
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