martes, 16 de septiembre de 2014

LA LAGUNA GUATAVITA Y LA LEYENDA DE "EL DORADO"

   Hoy día muchas personas creen que la leyenda de El Dorado es un mito sin más que enloqueció a innumerables exploradores españoles del Nuevo Mundo, en la búsqueda de un enriquecimiento fácil a cualquier precio. Sin embargo El Dorado existió, aunque con el paso de los años la leyenda fue exagerada por unos y otros, alimentada con descomunales historias de antiguas ciudades plagadas de riquezas, bañadas en oro y piedras preciosas, hasta el extremo de despertar una desmesurada fiebre del oro que provocó no pocas espantosas matanzas entre la población indígena e incluso sangrientos enfrentamientos entre los propios europeos que rivalizaban por apropiarse de tan fabulosos tesoros. En sus frenéticos recorridos por las montañas, junglas y sabanas sudamericanas, los aventureros europeos nunca satisficieron totalmente su apetito por ganancias fáciles. Pero casi por accidente, impulsados por la codicia del oro, exploraron y cartografiaron casi todo un continente, soportando increíbles penurias por terrenos desconocidos, diezmados por climas adversos, animales salvajes y nativos hostiles.

   El origen de la leyenda lo encontramos a principios del siglo XVI. Conforme los exploradores españoles se internaban en el continente sudamericano, en cada poblado indígena contaban, con ligeras variaciones, la misma fabulosa historia de hombres de oro y extraordinarias ofrendas de piedras preciosas a los dioses, despertando la codicia de los extraños hombres barbudos, llegados de lugares ignotos a aquellas tierras paradisíacas, a bordo de sus casas flotantes de madera, o montados a lomos de extrañas bestias.

En aquella laguna de Guatavita, se hacía una gran balsa de juncos, y aderezabanla y adornábanla lo más vistoso que podían; metían en ella cuatro braseros encendidos donde quemaban mucho moque, que es el sahumerio de esto naturales, y trementina con otros muchos y diversos perfumes.  Estaba a este tiempo toda la laguna en redondo, con ser muy grande y hondable de tal manera que puede navegar en ella un navío de alto bordo, la cual estaba toda coronada de infinidad de indios e indias, con mucha plumería, chaguales y coronas de oro, con infinitos fuegos a la redonda, y luégo que en la balsa comenzaba el zahumerio, lo encendían en tierra, en tal manera, que el humo impedía la luz del día. A este tiempo desnudaban al heredero en carnes vivas y lo untaban con una tierra pegajosa y lo espolvoreaban con oro en polvo y molido, de tal manera que iba cubierto todo de este metal. Metíanle en la balsa, en la cual iba parado, y a los pies le ponían un gran montón de oro y esmeraldas para que ofreciese a su dios. Entraban con él en la balsa cuatro caciques, los más principales, sus sujetos muy aderezados de plumería, coronas de oro, brazales y chagualas y orejeras de oro, también desnudos, y cada cual llevaba su ofrecimiento. Concluida la ceremonia batían las banderas. Y partiendo la balsa a la tierra comenzaban la grita, con corros de bailes y danzas a su modo. Con la cual ceremonia quedaba reconocido el nuevo electo por señor y príncipe. (Narración original de la leyenda de El Dorado, contada por Juan Rodríguez Frayle, en “El Carnero” año 1636)

  El origen de El Dorado lo encontramos en la actual Colombia, a 63 kilómetros al norte de Bogotá, en el bello parque natural de la Laguna Guatavita enclavado en el municipio de Sesquilé y en sus terrenos adyacentes, en la actualidad anegados por el embalse de Tominé que se extiende por terrenos de la cabecera municipal de Guatavita y el municipio de Sesquilé, en una superficie de 18 Kilómetros de largo por 4 ancho y 50 metros en promedio de profundidad, antiguo territorio sagrado de la cultura muisca. La laguna Guatavita es un hermoso lago circular de aguas puras y cristalinas, de 400 metros de diámetro, rodeado de bosques nativos de encenillos, situado a una altitud de 3.100 metros sobre el nivel del mar, en la cordillera Oriental colombiana. Alimentado por aguas subterráneas, se cree que se formó por un colapso producido por la disolución de los peculiares estratos salinos característicos de la región. Guatavita y El Dorado es la historia de un desesperado Gonzalo Jiménez de Quesada, acuciado por el hambre, las enfermedades, las fieras y los indígenas, en su búsqueda de una ruta hacia el Perú, que salvara del exterminio a la agonizante colonia de Santa Marta. Comenzamos.

   A finales del año 1535, el joven licenciado en derecho por la Universidad de Salamanca, Gonzalo Jiménez de Quesada, cordobés de nacimiento y granadino de adopción, se enrola con la expedición del Adelantado Pedro Fernández de Lugo, en su viaje a la recientemente fundada colonia de Santa Marta, en la actual Colombia, con el cargo de teniente de gobernador y la misión de administrar justicia en los nuevos territorios conquistados. La expedición estaba formada por tres magníficos buques, el galeón San Cristóbal, cuyo maestre y piloto era el sevillano Men Rodríguez de Valdés, la nao Santa María, cuyo maestre era el italiano Nicolao di Napoli y la nao Santi Spiritus cuyo maestre era el italiano Alesandre Cortese, con una dotación total de 1.200 hombres muy bien equipados, muchos con experiencia militar en las guerras europeas.

Gonzalo Jiménez de Quesada
   Santa Marta estaba enclavada en un terreno hostil y conflictivo. Los indios nativos no admitían someterse al invasor, dominaban el uso del arco y la flecha, utilizaban poderosos venenos, y tenían además el recurso de alejarse de la costa hacia las estribaciones de la Sierra Nevada o de ocultarse entre las zonas boscosas de la región. Practicaban la tan efectiva guerra de guerrillas para defenderse de los barbudos invasores. Toda la zona vivía en un estado de guerra continua, en el que perecieron no pocos españoles y a consecuencia del cual murieron bastantes indígenas defendiendo sus territorios. Fernández de Lugo, militar de larga experiencia, sabe donde se mete. Al aceptar el nombramiento de gobernador de Santa Marta sus pretensiones fueron elevadas: Lugo logró la gobernación por dos vidas, con los poderes usuales, el permiso de pasar 100 esclavos negros (un tercio de los cuales debían ser mujeres), la esclavización de los indígenas en los casos de oposición armada a la predicación cristiana y a la extracción de oro de las minas, así como la “vista gorda” de las autoridades a esclavizar mujeres y niños menores de 14 años.

   Como es lógico, los indios se oponen con todas sus fuerzas a ser desposeídos de sus tierras, masacrados y esclavizados. En la primera refiega con los nativos, Fernández de Lugo se da cuenta de que las tácticas europeas de combate contra los indios son ineficaces. Mueren 30 hombres y se pierde gran cantidad de material. Pasan las semanas y no se consigue ningún avance en aquel territorio hostil. A finales de marzo de 1536, en tan solo tres meses, ya han muerto 250 hombres victimas de las flechas, el hambre y la disentería. Santa Marta es una apestosa ciénaga sin recursos propios, sobrepoblada, arruinada y cercada por indios sedientos de venganza.

   Ante este desolado panorama, Fernández de Lugo toma la desesperada decisión de mandar una expedición en busca de nuevos territorios, fuentes de alimento y riquezas para salvar a la colonia. Es una acción desesperada y lo sabe. Pone al frente de la expedición a uno de sus hombres de confianza, el licenciado don Gonzalo Jiménez de Quesada, con el objetivo de remontar el río Magdalena hasta llegar al Perú. Se reunieron cerca de 800 hombres, 600 de ellos a pie, agrupados en ocho compañías y cinco bergantines. Se utilizaron todos los recursos de la diezmada colonia para pertrechar a la expedición: buenos abastecimientos, algunos caballos y armas, un nutrido grupo de aliados indígenas conocedores de los peligros de la zona y, en general, unas mejores condiciones en hombres y pertrechos que las famosas huestes de Cortés o Pizarro. De esta forma, según los cronistas, partieron de Santa Marta el 6 de abril de 1536 hacia un largo viaje lleno de dificultades que tendría un alto costo para todos.

   Pronto se ven hostigados por grupos indígenas como los chimilas y otros pueblos llamados por ellos caribes. Pero también logran que se unan a la expedición algunos nativos, que pronto muestran su utilidad sirviendo de intérpretes, guías, cargueros y luchando junto a los españoles contra sus enemigos. En la región de Chiriguaná empezaron las calamidades. El clima, las enfermedades, las fieras y la guerra cobraron numerosas vidas indígenas y europeas. Tras muchas dificultades y varios meses de penurias llegaron a Sompallón, cerca del actual Tamalameque, donde tuvieron un primer descanso. Hasta ese momento los muertos ya ascendían a unos 100 hombres, lo cual significaba una alarmante tasa de mortalidad y una notable disminución para la tropa. Las lluvias torrenciales y el calor sofocante no dan tregua. Las tremendas dificultades, los mosquitos, las culebras, el hambre, las fieras salvajes y los constantes enfrentamientos armados con los indígenas del lugar no dan descanso a una cada vez más mermada expedición. Con el paso de los meses y la adversidad, sus elegantes ropas europeas hechas trizas, son sustituidas por miserables mantas indígenas que apenas dan para cubrir sus vergüenzas. La expedición española poco a poco sucumbe frente a los peligros e incomodidades de la selva tropical a la vez que enloquecen al contemplar el canibalismo y los sacrificios humanos practicados por las tribus del lugar.

   Al cabo de ocho meses de miserable existencia, los hombres de Quesada están hambrientos y totalmente desmoralizados. Agotadas todas sus provisiones, se ven obligados a comer todo tipo de alimañas, serpientes, lagartos, ranas, e incluso terminan devorando el cuero arrancado de sus cinturones y arneses, y las vainas de las espadas. Han decidido desandar el camino y volver a Santa Marta con el rabo entre las piernas, cuando a sus oídos llegan fabulosas leyendas de míticos lugares repletos de incontables riquezas y de caciques bañados en oro. El Dorado. Quesada se reúne con sus diezmados hombres y llegan al acuerdo de que es mejor seguir adelante con la expedición y dar con el lugar que cuenta la leyenda, a cualquier precio, que volver derrotados a aquel lugar apestoso llamado Santa Marta. A 70 leguas de las bocas del río Magdalena, los españoles descubren algo muy interesante. Los pueblos indígenas de la zona consumen una sal que no proviene del mar sino de una elevada cordillera que se divisa al este, visten ropas de más calidad y su desarrollo cultural y social es más elevado. Quesada decide dirigirse hacia la cordillera pero después de ocho meses de marcha ininterrumpida, está obligado a dar descanso a sus hombres. En la Tora descansan tres meses pero son meses duros que diezman a la tropa.

   A comienzos de 1537, coincidiendo con el final de la temporada de lluvias, la expedición española se pone de nuevo en marcha, remontando la cordillera por el río Opón hasta llegar al altiplano cundiboyacense. El primer pueblo que tocan los conquistadores el 9 de marzo de 1537, en su periplo hacia la Sabana de Bogotá, fue La Grita, en las proximidades de Vélez, donde además, comenzaba el territorio de lengua chibcha, la lengua de los Muiscas. Más tarde entran en otros poblados donde encuentran una rica orfebrería en oro y esmeraldas de la que se apropian sin mayor resistencia por parte de los indígenas. La cosa empieza a marchar.

   El 22 de marzo penetran por fin en el valle de Los Alcázares, como llama Jiménez a la sabana dominada por el cacique Bogotá, también llamado Zipa. En estos territorios, plagados de pequeñas aldeas Muiscas, las huestes de Jiménez de Quesada encuentran una cierta oposición, solucionada en mayor o menor medida con algunas afortunadas escaramuzas sin apenas derramamiento de sangre, sirviéndose para sus propósitos más de la razón que de la espada. Recorren las aldeas de Suba, Tuna, Tibabuyes, Usaquén, Teusaquillo, Cota, Engativá, Funza, Fontibón, Techo, Bosa y Soacha, entre otras, encontrando a su paso numerosas piezas de oro y esmeraldas, reuniendo entre todas un importante tesoro. Se cree que en una de estas aldeas un anciano revela a Jiménez de Quesada que la leyenda del indio dorado era una ceremonia real oficiada desde tiempos remotos, una ofrenda de oro y piedra preciosas a Chie, su diosa del agua, aunque la tradición ya se había perdido, y desvela el emplazamiento exacto de la laguna sagrada de Guatavita y sus extraordinarios tesoros ocultos bajo sus aguas.

   Al llegar Jiménez de Quesada a la laguna Guatavita, descubre que no tiene medios suficientes para desenterrar sus tesoros pero no importa. Ya se encargarán de ella más adelante. Hasta el momento los resultados económicos de la expedición son más que buenos: en las aldeas del valle de los Alcázares han recogido 182.536 pesos de oro fino, 29.806 pesos de oro bajo y 1455 esmeraldas. El 6 de junio de 1538 procede a repartir el botín obtenido entre los 178 afortunados supervivientes de la expedición. Después de pagar el salario al cirujano, el costo de medicinas, plomo, hilo para ballestas, arcabuces, hachas, azadones, clavos y demás pertrechos, las obligatorias donaciones a la Iglesia, el pago de misas por las almas de los difuntos, así como el obligatorio e ineludible pago del quinto real a la corona española, se dividió un total de 148.000 pesos de oro fino, 16.964 pesos de oro bajo y 836 esmeraldas entre los expedicionarios, una auténtica fortuna. El 6 de agosto de 1538 Jiménez de Quesada declara la conquista del territorio en favor de los reyes de España.

   Pero la historia de la laguna Guatavita no termina aquí. Claro que no. Los españoles no iban a olvidarse así como así. En 1545 Hernán Jiménez de Quesada, hermano de Gonzalo, intenta desenterrar los tesoros del lago Guatavita, poniendo en práctica la feliz idea de vaciar la laguna. Sin apenas medios, se propone vaciar el lago “a la española”, o lo que es lo mismo, esclaviza a unos mil indígenas, hace una cadena humana con ellos, los arma con cubos y, hala, a vaciar el lago a cubetazos. Después de varios meses cubo va y cubo viene, asombrosamente logra que baje el nivel de la laguna unos 2,70 metros, dejando al descubierto, varios cientos de objetos de oro y piedras preciosas, que son recogidos sin demasiados escrúpulos por el hermanísimo del fundador de la capital colombiana. De acuerdo con informes de la época, se encontraron entre 3.000 y 4.000 pesos de oro.

Lago Guatavita. Al fondo se observa el corte efectuado por Sepúlveda
   Pero eso no es todo. Cuarenta años después, a finales del siglo XVI, Antonio de Sepúlveda, un rico comerciante de Santa Fe de Bogotá, hizo uno de los intentos más serios y a la vez más disparatados. En la década de 1580 construyó casas alrededor de la orilla, hizo diferentes sondeos del lecho del lago desde una embarcación y llegó a la delirante conclusión de que la mejor forma de drenar el lago era la de cortar una inmensa porción de sus paredes, como si fuera una tarta, y dejar que el agua corriera ladera abajo. Otra obra más “a la española”. Con ocho mil oprimidos indios armados de rudimentarios picos y palas, se embarcó en la faraónica obra de cortar una gran muesca en el borde del lago. Aunque parezca mentira, en pocos meses logró bajar el nivel del agua 20 metros… antes de que toda la obra se viniera abajo en un trágico derrumbe, matando a la mitad de los desdichados trabajadores y provocando el abandono de dicha obra. En el Archivo de Indias, se encuentra un informe de 1586 que señala los hallazgos de Sepúlveda:“corazas o discos pectorales, serpientes, águilas, incluidos un personal cubierta por placas de oro y adornado con pequeños tubos de oro, y una esmeralda del tamaño de un huevo de gallina, haciendo un total de cinco o seis mil ducados para el real tesoro, en concepto de quinto real”. En total, se calcula que en esta acción se extrajo de la Laguna Guatavita piezas por un valor de más de doce mil pesos. Una auténtica fortuna. Hoy en día se puede observar la gran cuña que Antonio de Sepúlveda y sus esforzados indios realizaron en el lago. A consecuencia de ella, nunca se pudo recuperar el volumen original de agua embalsada.

   En el año 1625, los señores Alonso Sánchez de Molina, Pedro Rodríguez, Jussepe García, Jacinto Gallegos, Antonio Gómez, Laureano de Vargas, Miguel López Andujar, Cristóbal de Ballesteros, Asencio de Caldas, Juan Infante, Manuel Villegas y Juan Sánchez Izquierdo, mineros residentes en el Real de Minas de Santa Ana, en las cercanías de Mariquita, solicitaron a la Real Audiencia permiso para el desagüe de la laguna de Guatavita, con el fin de extraer de allí el oro, plata y piedras preciosas que se creía debía contener, en los mismos términos que la capitulación concedida años atrás a Antonio de Sepúlveda, ya fallecido. El gobernador del Nuevo Reino procedió a aprobar la concesión con efectos desde el día 15 de julio de 1625, indicando las condiciones para la explotación, concediendo un plazo de seis meses para adelantar el desagüe y un término de ocho años para informar sobre la utilidad y resultados de la misma, señalando se liquidaran apropiadamente los quintos reales o porcentaje de tributo al rey por todo aquello que se lograra extraer. Mandó igualmente que se concediesen los indios necesarios para este trabajo, a quienes se les habría de pagar por ello. Nada de esclavizarlos. No hay muchas fuentes que hablen del éxito o el fracaso de la empresa.

Fotografía del año 1911 que muestra el lago completamente drenado
   A lo largo de los siglos, otras expediciones han intentado con escasos resultados, destripar los secretos escondidos en las entrañas de Guatavita. En el siglo XIX una empresa de capital germano trató de dragar el lago. Como consecuencia del aquel parcial vaciado, se obtuvieron algunas escasas piezas de cierto valor, pero de nuevo las dificultades hicieron abandonar la búsqueda. En 1911 la sociedad franco-sajona "Contractors Limited" consiguió desecar finalmente el lago. Para lograrlo, construyeron un túnel subterráneo que partía del centro de la laguna, con compuertas para regular el flujo de agua y un filtro de mercurio para recoger los objetos de oro y piedras preciosas. Muy ingenioso. Tan ingenioso que en apariencia funcionó a la perfección. Finalmente, después de casi cuatrocientos años, consiguieron drenar toda el agua del lago. Digo el agua, porque nadie contó con las varias decenas de metros de barro y limo que completaban el lecho del lago, de modo que nadie podía pisar el fondo sin ser engullido por aquella mezcla. Al día siguiente, el sol coció el barro y el limo, dando a aquel fango la consistencia del cemento con tanta fuerza que no pudo ser penetrado. El barro cocido bloqueó las compuertas, el túnel se selló y la laguna se llenó de nuevo gracias al aporte de las aguas subterráneas de las que se nutre. Solo encontraron objetos por valor de unas 500 libras, insuficientes para hacer frente a todo el costo de la operación. Como es lógico, la empresa quebró y abandonaron la explotación.

   En años posteriores se hicieron varios intentos más de drenaje del lago, usando taladros y material explosivo para romper la capa de limo, con escasos resultados, hasta que en 1965 el Gobierno de Colombia acuerda dar a la laguna Guatavita y su entorno el estatus el patrimonio histórico y cultural de la nación. El Lago Guatavita aunque dio muestras de contener unas 500.000 piezas de oro y piedras preciosas, según cálculos realizados en 1807 por el naturalista Alexander von Humboldt, jamás desveló su secreto y su aureo enigma sigue siendo un impenetrable secreto protegido por dioses ancestrales frente a la codicia humana.

   
Fuentes:

"Extracto del epítome de la conquista de Nueva Granada" escrito por el mismo conquistador Gonzalo Jiménez de Quesada. Archivo Histórico Nacional. Papeles de Indias. Copia S.XIX. 8 hjs. fol  http://pares.mcu.es/ Portal de Archivos Españoles.

Archivo Histórico Nacional, Portal de Archivos Españoles, ES.41091.AGI/10.46.8.1//CONTRATACION,5792,L.1,F.169-170 Asiento con Antonio de Sepúlveda para sacar oro, plata y piedras preciosas de la Laguna de Guatavita (Nuevo Reino de Granada). http://pares.mcu.es/

"El Carnero", de Juan Rodríguez Frayle, año 1636.

DESAGÜE DE LA LAGUNA DE GUATAVITA Para extraer sus tesoros, por Jorge Palacios Preciado Tomado, Febrero de 2003.

domingo, 14 de septiembre de 2014

El lado sórdido de los iconos de la animación


Luvisi nos muestra su visión de los personajes de la infancia, despojándolos de cualquier signo de inocencia ni ingenuidad, sumergidos en los más umbríos suburbios de la decadencia.

..Un encontronazo entre el ficticio mundo colorido y la crudeza de la vida dando lugar a lo que podrían ser fotogramas extraídos de alguna cinta de cine negro, pero fiel, siempre, a un brillante estilo gráfico del 'cartoon' genuino.

 "Ciego. Sustos por cuatro birras"

Otto a la fuga. "Grand Theft Otto"

¿Barrio Sésamo o Harlem?..

Hommer abatido.

imágenes: www.danluvisiart.blogspot.com  visita su sitio si quieres descubrir mucho más.

enjoy
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