lunes, 17 de febrero de 2014

SECRETOS DE LA CARRERA ESPACIAL: EL PROYECTO MOL

Restos del U-2 de Powers. Museo del Ejército Ruso, Moscú
   Uno de mayo de mil novecientos sesenta. Un avión espía estadounidense U-2 pilotado por Francis Gary Powers sobrevuela el espacio aéreo soviético a más de 21.000 metros de altura con la misión de fotografiar silos de misiles intercontinentales y una planta de procesamiento de plutonio destinado a armamento nuclear. Aunque no exento de peligro, es un vuelo rutinario para Powers, antiguo capitán de la Fuerza Aérea, hoy enrolado en las filas de la CIA. A más de 21.000 metros de altitud está fuera del alcance de los radares, misiles y cazas soviéticos. En teoría. Sin embargo hoy se va a llevar una desagradable sorpresa. Un misil ruso S-75 Dvina derriba su avión espía U-2, Powers es capturado, recuperando los soviéticos los restos del avión y todo el equipo de registro de datos e imágenes del aparato para mayor vergüenza de los americanos. Un incidente internacional de proporciones colosales en plena Guerra Fría y una cura de humildad en toda regla para la CIA. Para evitar males mayores, el presidente Eisenhower prohíbe el uso de aviones espía en el espacio aéreo soviético a costa de perder capacidad de espionaje, al menos a corto plazo. Esta decisión que podría ser un problema, en realidad supone el espaldarazo definitivo a la primera generación de satélites espía, el llamado en clave programa CORONA. 

   Desde un primer momento se decide que la naturaleza del programa sea secreta. Sin embargo, en los inicios de la era espacial, en un país como Estados Unidos cualquier lanzamiento al espacio atrae la atención de todos los medios de comunicación como moscas a la miel. Para ocultar a los rusos y a la opinión pública la naturaleza de los satélites CORONA, se decide camuflarlos mediante un proyecto civil falso de nombre Discoverer. Públicamente se anuncia que los satélites Discoverer desarrollarán tecnologías necesarias para la conquista del espacio, en concreto, aquellas relacionadas con la construcción de naves que puedan volver del espacio. Sin embargo, todas estas milongas para ocultar el verdadero propósito del proyecto CORONA son inútiles de cara a la inteligencia soviética, la cual muy pronto tiene noticias de su verdadera condición gracias entre otras cosas, a que uno de los prototipos, el Discoverer-2 de la serie KH-1, lanzado el 1 de abril de 1959, tiene la mala idea de regresar a la Tierra a doscientos kilómetros al norte de Moscú, en pleno territorio soviético, y no en las islas Hawaii como tenía programado. El cacharro es hallado por unos leñadores y termina en manos del contraespionaje ruso. Paradójicamente, para la opinión pública occidental el engaño se mantendrá durante muchos años más.

Singapur. Foto satélite del Corona KH-4 
   Las cámaras espaciales norteamericanas que equipan los Discoverer son desarrolladas por Eastman Kodak, prometiendo una resolución asombrosa que permite hasta contar el número de vehículos en un aparcamiento en cualquier lugar del mundo, entre otras maravillas. Espectacular. Si embargo estos primeros satélites espía tienen un ligero problemilla: la automatización de los sistemas y el envío de las imágenes a la Tierra. Hoy en plena era digital no supone ningún problema pero a principios de los 60, las fotos se realizan mediante impresión en película fotográfica y esos inmensos carretes de fotos, con más de un kilómetro de película en sus entrañas, hay que mandarlos a la Tierra antes de que el satélite se destruya en la reentrada a la atmósfera debido a su órbita baja. Este pequeño contratiempo termina solucionándose pero al recuperar las fotos y revelarlas descubren con desconcierto que tienen miles de bonitas fotografías de nubes. Cúmulos, estratos, nimbos, cirros… Los sistemas automáticos de fotografía no distinguen un cielo nuboso de otro despejado, de un objetivo de interés de una zona de escaso o nulo atractivo estratégico, como sí sabían distinguir los pilotos de los U-2. Falta el factor humano. Si un hipotético astronauta en órbita observara un objetivo de interés con un telescopio, inmediatamente pasaría a tomar fotografías; si el objetivo no tenia gran interés, solo se haría una descripción del mismo, ahorrando de esta manera material y agilizando el proceso de búsqueda y estudio detallado de objetivos militares. Por tanto, es imprescindible poner en órbita a un ser humano para que realice estas tareas de espionaje. Con ese objetivo nace en diciembre de 1963 el proyecto del Laboratorio Orbital Tripulado (MOL)
   

El MOL es un proyecto que en la actualidad aun sigue clasificado como alto secreto pero se pudo saber de su existencia en el año 2005 cuando un par de técnicos de la NASA, encontraron dentro de una gran caja en una antigua habitación cerrada bajo llave del Complejo 5/6 de Cabo Cañaveral, unos extraños trajes de astronauta muy parecidos a los del proyecto Gemini, solo que en color azul, uno de ellos con una etiqueta en una manga con el nombre de R. Lawyer, un misterioso nombre que no aparecía en la lista de astronautas de la NASA desde los lejanos tiempos del vuelo de Alan Shepard hasta nuestros días. A partir de entonces, las pesquisas sobre la existencia de aquellos sorprendentes trajes de astronauta han sido laboriosas puesto que el proyecto MOL, como decíamos antes, sigue clasificado en gran parte como alto secreto, pero los investigadores del caso han podido sacar a la luz hechos insólitos, desconocidos por gran parte del mundo, aunque no para los soviéticos . 


   Ante la imposibilidad de usar los aviones espía U-2 en el espacio aéreo soviético y la escasa operatividad de los incipientes satélites espía, Estados Unidos pone en marcha el proyecto MOL. Al ser un proyecto puramente militar, este no puede ser puesto en marcha por la NASA, una agencia civil cuyo principio fundamental es la investigación y el uso pacífico del espacio. Para ello, el grueso del proyecto se adjudica a la Fuerza Aérea, con el imprescindible apoyo logístico de la NASA pero manteniendo a la Agencia Espacial al margen de las operaciones militares secretas.

   El plan básico para la construcción del Laboratorio Orbital Tripulado era usar una cápsula Gemini como módulo de mando y adosarle una cabina más grande, del tamaño de una vieja furgoneta Volkswagen, llamada “módulo de misión “. Para ello, hubo que rediseñar la cápsula Gemini, añadiendo una escotilla en la parte del escudo térmico que permitiera el tránsito de los astronautas-espía desde el módulo de mando al módulo de misión, atravesando el módulo de servicio. A esa cápsula se la llamó Gemini-B, una de las cuales podemos ver en la Galería de Misiles y del Espacio en el Museo Nacional de la Fuerza Aérea de los Estados Unidos. Todo el conjunto sería puesto en órbita por un cohete Titán III-M. Los astronautas permanecerían en la cápsula hasta alcanzar la órbita y luego pasarían por la escotilla y el angosto corredor, al módulo de misión o laboratorio. Al término de su período programado de treinta días orbitando la Tierra, subirían de nuevo en la cápsula, se desacoplarían del módulo de misión y volverían a entrar en la atmósfera para regresar a casa, mientras el laboratorio se destruía automáticamente al reentrar en la atmósfera.

   
Astronautas del proyecto MOL. Foto Ed Hengeveld
Obviamente, el grueso de los astronautas espía se eligieron de entre el selecto grupo de pilotos de pruebas de la Base Aérea Edwards, con un requisito indispensable: los candidatos deben poseer un título universitario en un campo de la ciencia o ingeniería, o haberse graduado en una academia militar con grado universitario. Aunque muchos de ellos eran de otras ramas de servicios, la mayoría eran ex alumnos de la escuela de pilotos de pruebas de la Fuerza Aérea, que en ese momento estaba encabezada por el entonces coronel Charles E. "Chuck" Yeager, una auténtica leyenda en las Fueras Aéreas, protagonista del primer vuelo supersónico de la historia. Los astronautas del proyecto MOL fueron Michael J. Adams, Albert H. Crews Jr., John L. Finley, Richard E. Lawyer, Lachlan Macleay, Francis G. Neubeck, James M. Taylor, Richard H. Truly, Karol J. Bobko, Robert L. Crippen, C. Gordon Fullerton, Henry W. Hartsfield, Jr., Robert F. Overmyer, James A. Abrahamson, Robert T. Herres, Robert H. Lawrence, Jr. y Donald H. Peterson, muchos de ellos vinculados años después a la NASA volando algunos en misiones del Transbordador Espacial. En este grupo selecto de las Fuerzas Aéreas, se encuentra el primer astronauta negro de la historia, el comandante Lawrence, quien trágicamente perderá la vida en diciembre de 1967 en el accidente de su avión F-104.

Gemini-B. Museo Nacional de la Fuerza Aérea de los Estados Unidos
   Mientras el Secretario de la Fuerza Aérea Eugene M. Zuckert anuncia que tres empresas, Douglas Aircraft Company, General Electric Company, y The Martin Company, han recibido la autorización para comenzar a trabajar en los estudios de la estación espacial, los astronautas de la Fuerza Aérea comienzan sus entrenamientos en el más absoluto de los secretos. Ni siquiera las esposas de los pilotos están autorizadas a saber a lo que van a dedicarse sus maridos en un futuro próximo. Pero un proyecto de tal magnitud no pasa inadvertido tan fácilmente. Para legitimar el plan frente a la opinión pública y de paso engañar a los soviéticos, en el verano de 1965 Lyndon Johnson, presidente de la nación desde hace dos años, en un grandilocuente comunicado televisado a toda la nación dice: “He dado hoy instrucciones al Pentágono para proceder al desarrollo de un Laboratorio Orbital Habitado. Este programa nos aportara nuevos conocimientos sobre las capacidades del hombre en el espacio. El desarrollo de este laboratorio costara mil quinientos millones de dólares”. Evidentemente, en ningún momento se habla de espionaje a gran escala. De cara al mundo y a los contribuyentes, los propósitos del proyecto quedan claros: el estudio ciencias de la tierra, la astronomía y las pruebas de subsistemas espaciales como los paneles solares y las comunicaciones por láser. Sin embargo, la intención final siempre fue otra.

   
Escudo térmico Gemini-B. Museo Nacional de la Fuerza Aérea
Con mucho retraso sobre la fecha de puesta en órbita del proyecto inicial, los técnicos siguen trabajando en el desarrollo del MOL. Conscientes de que la resolución de las imágenes es fundamental pues cuanta más resolución disponga la imagen, mejor se podrán ver los objetivos a retratar, equipan al modulo de misión con un aparato de aumento innovador denominado KH11, dotado de un sistema de reflexión tan avanzado y preciso que será utilizado hasta finales de los años 90 en diferentes misiones de la NASA. Problemas como el de la velocidad de rotación de la Tierra y la de desplazamiento de la nave a la hora de fotografiar objetivos concretos, son solucionados con audaces captadores de movimiento que permiten que las imágenes tengan la mejor nitidez posible. Posteriormente, las imágenes captadas serían tratadas con ordenadores de la época que, para hacernos una idea, tenían una potencia similar a una calculadora de hoy en día.

Lanzamiento Gemini-B Titan, 6-11-1966
   El 6 de noviembre de 1966 se hizo un lanzamiento desde el Complejo 40 de la zona militar de Cabo Cañaveral de un cohete Titán III-C con una cápsula Gemini-B en su parte superior, sin tripulación, con el propósito de averiguar si el escudo térmico de la nave espacial con aquella extraña escotilla adosada, un rediseño estructural profundo en el planteamiento original de la cápsula Gemini, aguantaría la reentrada a la atmósfera. La misión fue todo un éxito. Sin embargo, los continuos retrasos en el proyecto, junto con el exagerado aumento del presupuesto -en 1.968 los americanos habían gastado unos 3.000 millones de dólares-, el final de la presidencia de Lyndon B. Johnson -un enamorado del proyecto MOL- seguido de la llegada al poder de un Richard Nixon asfixiado económicamente por la guerra de Vietnam, así como la llegada del hombre a la Luna y, lo que es más importe, el desarrollo cada vez más avanzado de los satélites-espía no tripulados, que hacen innecesaria la intervención humana en el espacio en materia de espionaje, provocan que el 10 de junio de 1.969, el proyecto MOL sea cancelado por el Ministerio de Defensa. Los más jóvenes de entre el personal militar capacitado para ser astronauta del MOL fueron transferidos a los programas Skylab y Shuttle de la NASA, el cohete Titán III-M nunca se construyó, el complejo de lanzamiento SLC-6, la base aérea de Vandenberg, construida especialmente para el proyecto MOL, se utilizo en pruebas estáticas del transbordador Enterprise y parte de la tecnología desarrollada para el módulo de misión, se utilizó en el proyecto Skylab, la primera estación espacial estadounidense que orbitó alrededor de la Tierra de 1973 a 1979.

   Siete de los astronautas MOL transferidos a la NASA volaron en el transbordador espacial. Bob Crippen salió al espacio como piloto al lado de John Young en la misión STS-1, el primer vuelo del transbordador espacial en 1981 y efectuó otros tres vuelos más. Anteriormente, en junio de 1972, Crippen, Karol y Bobko pasaron 56 días en el laboratorio orbital Skylab con el científico-astronauta Bill Thornton. Bobko voló tres veces más en el transbordador espacial como piloto y capitán y Peterson hizo su primera misión (STS-6) en 1983 como especialista de la misión, durante la cual procedió a la primera actividad extravehicular de la lanzadera en el espacio.

   Obviamente, los soviéticos que en esto del espionaje no tenían -ni tienen- un pelo de tontos, conocieron desde el primer momento la existencia del proyecto MOL y sus verdaderas intenciones. Como respuesta pusieron en marcha su particular proyecto de laboratorio espacial espía tripulado, el ALMAZ, con mucho más éxito que el fallido MOL, pero esta historia la dejaremos mejor para una futura entrada.

Fuentes:


Coordenadas Google Maps

Vandenberg Air Foce Base: 805-606-1110
Cabo Cañaveral, Centro de Lanzamiento: 28.458683, -80.533116
Edwards, Base de la Fuerza Aérea: 34.915883, -117.893324


sábado, 1 de febrero de 2014

La almeja Ming

Podría ser el título de la nueva peli de Tarantino, o, pensando mal, de alguna cinta porno perdida en ese estante escondido que todo videoclub tenía al fondo a la derecha, pero no... no es eso.

Os lo cuento brevemente, porque a mí me ha resultado curioso y siempre nos viene bien algo de culturilla científica.

Una universidad galesa, la universidad de Bangor, (y qué pequeño es el mundo, existe otro Bangor en Maine, EE.UU., con un habitante muy feo y famoso, pero esa es otra historia que ya conté), organizó una expedición a la helada Islandia, para estudiar el cambio climático, esas cosas que estudian las universidades, a las que no prestamos mucha atención, y esperemos que no tengamos que arrepentirnos.  Esto ocurría allá por el año del Señor de 2.006.

Y mira por dónde, encontraron unas almejas, y en lugar de hacer un buen arroz, que es lo primero que se nos ocurre a patanes como yo, decidieron estudiarlas mediante una cosa extraña que se llama dendrocronología (a pesar del nombre  raro, viene a ser parecido a lo que estudiábamos en la E.G.B., de saber los años de un arbol por el número de anillos del tronco del mismo).

¡Sorpresa!, los números decían que  una de las almejitas en cuestión, de la especie  Arctica islandica ,  por cierto, que no lo había dicho, tenía 407 años.  Eso la convirtió, de un día para otro, en el ser vivo más longevo conocido.  Con permiso de la almejita de Marujita Dïaz, claro, pera esa también es otra historia que ni he contado ni creo que cuente en un futuro próximo.
Así que la bautizaron como almeja Ming, puesto que cuando nació, aún reinaba esa dinastía en China.

Pero es que, en noviembre del año pasado, a otro científico de la misma universidad, le dio por recontar los añitos de dicha almeja, y parece ser que no son 407, sino casi 100 años más (que también tiene narices el método científico, un 25% más).  Vamos, que si la hubieran datado bien, no la hubieran llamado almeja Ming, sino almeja de la Reconquista, o almeja Gutemberg, o algo así.

La parte triste de la historia, toda buena historia tiene su parte triste; se conoce que para hacer todo esto proceso de datación, tuvieron que matar a la pobre almeja, con lo cual, nunca sabremos cuanto tiempo habría vivido si la hubieran dejado en paz.

Y ya está, cada vez que os toméis unas almejas al ajillo, o crudas, pensad que cientos de años os pueden estar contemplando.

Saludos a todos los espartan@s.

Muchas gracias a la wikipedia, por estar ahí para poder contar las cosas con un poquito de exactitud, y al programa de radio La Buhardilla, a través de cuyos podcasts (premio Bitácoras, por cierto) conocí esta historia.


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