Hoy
día muchas personas creen que la leyenda de El Dorado es un mito sin más que
enloqueció a innumerables exploradores españoles del Nuevo Mundo, en la
búsqueda de un enriquecimiento fácil a cualquier precio. Sin embargo El Dorado
existió, aunque con el paso de los años la leyenda fue exagerada por unos y
otros, alimentada con descomunales historias de antiguas ciudades plagadas de
riquezas, bañadas en oro y piedras preciosas, hasta el extremo de despertar una
desmesurada fiebre del oro que provocó no pocas espantosas matanzas entre la
población indígena e incluso sangrientos enfrentamientos entre los propios
europeos que rivalizaban por apropiarse de tan fabulosos tesoros. En sus
frenéticos recorridos por las montañas, junglas y sabanas sudamericanas, los aventureros
europeos nunca satisficieron totalmente su apetito por ganancias fáciles. Pero
casi por accidente, impulsados por la codicia del oro, exploraron y
cartografiaron casi todo un continente, soportando increíbles penurias por
terrenos desconocidos, diezmados por climas adversos, animales salvajes y
nativos hostiles.
El
origen de la leyenda lo encontramos a principios del siglo XVI. Conforme los
exploradores españoles se internaban en el continente sudamericano, en cada
poblado indígena contaban, con ligeras variaciones, la misma fabulosa historia
de hombres de oro y extraordinarias ofrendas de piedras preciosas a los dioses,
despertando la codicia de los extraños hombres barbudos, llegados de lugares
ignotos a aquellas tierras paradisíacas, a bordo de sus casas flotantes de
madera, o montados a lomos de extrañas bestias.
En aquella
laguna de Guatavita, se hacía una gran balsa de juncos, y aderezabanla y
adornábanla lo más vistoso que podían; metían en ella cuatro braseros
encendidos donde quemaban mucho moque, que es el sahumerio de esto naturales, y
trementina con otros muchos y diversos perfumes. Estaba a este tiempo toda la laguna en
redondo, con ser muy grande y hondable de tal manera que puede navegar en ella
un navío de alto bordo, la cual estaba toda coronada de infinidad de indios e
indias, con mucha plumería, chaguales y coronas de oro, con infinitos fuegos a
la redonda, y luégo que en la balsa comenzaba el zahumerio, lo encendían en
tierra, en tal manera, que el humo impedía la luz del día. A este tiempo
desnudaban al heredero en carnes vivas y lo untaban con una tierra pegajosa y
lo espolvoreaban con oro en polvo y molido, de tal manera que iba cubierto todo
de este metal. Metíanle en la balsa, en la cual iba parado, y a los pies le ponían
un gran montón de oro y esmeraldas para que ofreciese a su dios. Entraban con
él en la balsa cuatro caciques, los más principales, sus sujetos muy aderezados
de plumería, coronas de oro, brazales y chagualas y orejeras de oro, también
desnudos, y cada cual llevaba su ofrecimiento. Concluida la ceremonia batían
las banderas. Y partiendo la balsa a la tierra comenzaban la grita, con corros
de bailes y danzas a su modo. Con la cual ceremonia quedaba reconocido el nuevo
electo por señor y príncipe. (Narración
original de la leyenda de El Dorado, contada por Juan Rodríguez Frayle, en “El
Carnero” año 1636)
El
origen de El Dorado lo encontramos en la actual Colombia, a 63 kilómetros al
norte de Bogotá, en el bello parque natural de la Laguna Guatavita enclavado en
el municipio de Sesquilé y en sus terrenos adyacentes, en la actualidad
anegados por el embalse de Tominé que se extiende por terrenos de la cabecera
municipal de Guatavita y el municipio de Sesquilé, en una superficie de 18
Kilómetros de largo por 4 ancho y 50 metros en promedio de profundidad, antiguo
territorio sagrado de la cultura muisca. La laguna Guatavita es un hermoso lago
circular de aguas puras y cristalinas, de 400 metros de diámetro, rodeado de
bosques nativos de encenillos, situado a una altitud de 3.100 metros sobre el
nivel del mar, en la cordillera Oriental colombiana. Alimentado por aguas
subterráneas, se cree que se formó por un colapso producido por la disolución
de los peculiares estratos salinos característicos de la región. Guatavita y El
Dorado es la historia de un desesperado Gonzalo Jiménez de Quesada, acuciado
por el hambre, las enfermedades, las fieras y los indígenas, en su búsqueda de
una ruta hacia el Perú, que salvara del exterminio a la agonizante colonia de
Santa Marta. Comenzamos.
A finales
del año 1535, el joven licenciado en derecho por la Universidad de Salamanca,
Gonzalo Jiménez de Quesada, cordobés de nacimiento y granadino de adopción, se
enrola con la expedición del Adelantado Pedro Fernández de Lugo, en su viaje a
la recientemente fundada colonia de Santa Marta, en la actual Colombia, con el
cargo de teniente de gobernador y la misión de administrar justicia en los
nuevos territorios conquistados. La expedición estaba formada por tres
magníficos buques, el galeón San Cristóbal, cuyo maestre y piloto era el
sevillano Men Rodríguez de Valdés, la nao Santa María, cuyo maestre era el
italiano Nicolao di Napoli y la nao Santi Spiritus cuyo maestre era el italiano
Alesandre Cortese, con una dotación total de 1.200 hombres muy bien equipados,
muchos con experiencia militar en las guerras europeas.
Gonzalo Jiménez de Quesada |
Como
es lógico, los indios se oponen con todas sus fuerzas a ser desposeídos de sus
tierras, masacrados y esclavizados. En la primera refiega con los nativos,
Fernández de Lugo se da cuenta de que las tácticas europeas de combate contra
los indios son ineficaces. Mueren 30 hombres y se pierde gran cantidad de
material. Pasan las semanas y no se consigue ningún avance en aquel territorio
hostil. A finales de marzo de 1536, en tan solo tres meses, ya han muerto 250
hombres victimas de las flechas, el hambre y la disentería. Santa Marta es una
apestosa ciénaga sin recursos propios, sobrepoblada, arruinada y cercada por
indios sedientos de venganza.
Ante
este desolado panorama, Fernández de Lugo toma la desesperada decisión de
mandar una expedición en busca de nuevos territorios, fuentes de alimento y
riquezas para salvar a la colonia. Es una acción desesperada y lo sabe. Pone al
frente de la expedición a uno de sus hombres de confianza, el licenciado don
Gonzalo Jiménez de Quesada, con el objetivo de remontar el río Magdalena hasta
llegar al Perú. Se reunieron cerca de 800 hombres, 600 de ellos a pie, agrupados
en ocho compañías y cinco bergantines. Se utilizaron todos los recursos de la
diezmada colonia para pertrechar a la expedición: buenos abastecimientos,
algunos caballos y armas, un nutrido grupo de aliados indígenas conocedores de
los peligros de la zona y, en general, unas mejores condiciones en hombres y
pertrechos que las famosas huestes de Cortés o Pizarro. De esta forma, según
los cronistas, partieron de Santa Marta el 6 de abril de 1536 hacia un largo viaje
lleno de dificultades que tendría un alto costo para todos.
Pronto
se ven hostigados por grupos indígenas como los chimilas y otros pueblos
llamados por ellos caribes. Pero también logran que se unan a la expedición
algunos nativos, que pronto muestran su utilidad sirviendo de intérpretes,
guías, cargueros y luchando junto a los españoles contra sus enemigos. En la
región de Chiriguaná empezaron las calamidades. El clima, las enfermedades, las
fieras y la guerra cobraron numerosas vidas indígenas y europeas. Tras muchas
dificultades y varios meses de penurias llegaron a Sompallón, cerca del actual
Tamalameque, donde tuvieron un primer descanso. Hasta ese momento los muertos
ya ascendían a unos 100 hombres, lo cual significaba una alarmante tasa de mortalidad
y una notable disminución para la tropa. Las lluvias torrenciales y el calor
sofocante no dan tregua. Las tremendas dificultades, los mosquitos, las
culebras, el hambre, las fieras salvajes y los constantes enfrentamientos
armados con los indígenas del lugar no dan descanso a una cada vez más mermada
expedición. Con el paso de los meses y la adversidad, sus elegantes ropas
europeas hechas trizas, son sustituidas por miserables mantas indígenas que
apenas dan para cubrir sus vergüenzas. La expedición española poco a poco
sucumbe frente a los peligros e incomodidades de la selva tropical a la vez que
enloquecen al contemplar el canibalismo y los sacrificios humanos practicados
por las tribus del lugar.
Al
cabo de ocho meses de miserable existencia, los hombres de Quesada están hambrientos
y totalmente desmoralizados. Agotadas todas sus provisiones, se ven obligados a
comer todo tipo de alimañas, serpientes, lagartos, ranas, e incluso terminan
devorando el cuero arrancado de sus cinturones y arneses, y las vainas de las
espadas. Han decidido desandar el camino y volver a Santa Marta con el rabo
entre las piernas, cuando a sus oídos llegan fabulosas leyendas de míticos
lugares repletos de incontables riquezas y de caciques bañados en oro. El
Dorado. Quesada se reúne con sus diezmados hombres y llegan al acuerdo de que
es mejor seguir adelante con la expedición y dar con el lugar que cuenta la
leyenda, a cualquier precio, que volver derrotados a aquel lugar apestoso
llamado Santa Marta. A 70 leguas de las bocas del río Magdalena, los españoles
descubren algo muy interesante. Los pueblos indígenas de la zona consumen una
sal que no proviene del mar sino de una elevada cordillera que se divisa al
este, visten ropas de más calidad y su desarrollo cultural y social es más
elevado. Quesada decide dirigirse hacia la cordillera pero después de ocho
meses de marcha ininterrumpida, está obligado a dar descanso a sus hombres. En
la Tora descansan tres meses pero son meses duros que diezman a la tropa.
A
comienzos de 1537, coincidiendo con el final de la temporada de lluvias, la
expedición española se pone de nuevo en marcha, remontando la cordillera por el
río Opón hasta llegar al altiplano cundiboyacense. El primer pueblo que tocan
los conquistadores el 9 de marzo de 1537, en su periplo hacia la Sabana de
Bogotá, fue La Grita, en las proximidades de Vélez, donde además, comenzaba el
territorio de lengua chibcha, la lengua de los Muiscas. Más tarde entran en
otros poblados donde encuentran una rica orfebrería en oro y esmeraldas de la
que se apropian sin mayor resistencia por parte de los indígenas. La cosa
empieza a marchar.
El
22 de marzo penetran por fin en el valle de Los Alcázares, como llama Jiménez a
la sabana dominada por el cacique Bogotá, también llamado Zipa. En estos
territorios, plagados de pequeñas aldeas Muiscas, las huestes de Jiménez de
Quesada encuentran una cierta oposición, solucionada en mayor o menor medida
con algunas afortunadas escaramuzas sin apenas derramamiento de sangre,
sirviéndose para sus propósitos más de la razón que de la espada. Recorren las
aldeas de Suba, Tuna, Tibabuyes, Usaquén, Teusaquillo, Cota, Engativá, Funza,
Fontibón, Techo, Bosa y Soacha, entre otras, encontrando a su paso numerosas
piezas de oro y esmeraldas, reuniendo entre todas un importante tesoro. Se cree
que en una de estas aldeas un anciano revela a Jiménez de Quesada que la
leyenda del indio dorado era una ceremonia real oficiada desde tiempos remotos, una ofrenda de oro y piedra preciosas a Chie, su diosa del agua, aunque la tradición ya se había perdido, y desvela el emplazamiento exacto de
la laguna sagrada de Guatavita y sus extraordinarios tesoros ocultos bajo sus
aguas.
Al
llegar Jiménez de Quesada a la laguna Guatavita, descubre que no tiene medios
suficientes para desenterrar sus tesoros pero no importa. Ya se encargarán de
ella más adelante. Hasta el momento los resultados económicos de la expedición
son más que buenos: en las aldeas del valle de los Alcázares han recogido 182.536
pesos de oro fino, 29.806 pesos de oro bajo y 1455 esmeraldas. El 6 de junio de
1538 procede a repartir el botín obtenido entre los 178 afortunados
supervivientes de la expedición. Después de pagar el salario al cirujano, el costo
de medicinas, plomo, hilo para ballestas, arcabuces, hachas, azadones, clavos y
demás pertrechos, las obligatorias donaciones a la Iglesia, el pago de misas
por las almas de los difuntos, así como el obligatorio e ineludible pago del
quinto real a la corona española, se dividió un total de 148.000 pesos de oro
fino, 16.964 pesos de oro bajo y 836 esmeraldas entre los expedicionarios, una
auténtica fortuna. El 6 de agosto de 1538 Jiménez de Quesada declara la
conquista del territorio en favor de los reyes de España.
Pero
la historia de la laguna Guatavita no termina aquí. Claro que no. Los españoles
no iban a olvidarse así como así. En 1545 Hernán Jiménez de Quesada, hermano de
Gonzalo, intenta desenterrar los tesoros del lago Guatavita, poniendo en
práctica la feliz idea de vaciar la laguna. Sin apenas medios, se propone
vaciar el lago “a la española”, o lo que es lo mismo, esclaviza a unos mil
indígenas, hace una cadena humana con ellos, los arma con cubos y, hala, a
vaciar el lago a cubetazos. Después de varios meses cubo va y cubo viene,
asombrosamente logra que baje el nivel de la laguna unos 2,70 metros, dejando
al descubierto, varios cientos de objetos de oro y piedras preciosas, que son
recogidos sin demasiados escrúpulos por el hermanísimo del fundador de la
capital colombiana. De acuerdo con informes de la época, se encontraron entre
3.000 y 4.000 pesos de oro.
Lago Guatavita. Al fondo se observa el corte efectuado por Sepúlveda |
En
el año 1625, los señores Alonso Sánchez de Molina, Pedro Rodríguez, Jussepe
García, Jacinto Gallegos, Antonio Gómez, Laureano de Vargas, Miguel López
Andujar, Cristóbal de Ballesteros, Asencio de Caldas, Juan Infante, Manuel
Villegas y Juan Sánchez Izquierdo, mineros residentes en el Real de Minas de
Santa Ana, en las cercanías de Mariquita, solicitaron a la Real Audiencia permiso
para el desagüe de la laguna de Guatavita, con el fin de extraer de allí el
oro, plata y piedras preciosas que se creía debía contener, en los mismos
términos que la capitulación concedida años atrás a Antonio de Sepúlveda, ya
fallecido. El gobernador del Nuevo Reino procedió a aprobar la concesión con
efectos desde el día 15 de julio de 1625, indicando las condiciones para la
explotación, concediendo un plazo de seis meses para adelantar el desagüe y un
término de ocho años para informar sobre la utilidad y resultados de la misma,
señalando se liquidaran apropiadamente los quintos reales o porcentaje de
tributo al rey por todo aquello que se lograra extraer. Mandó igualmente
que se concediesen los indios necesarios para este trabajo, a quienes se les
habría de pagar por ello. Nada de esclavizarlos. No hay muchas fuentes que
hablen del éxito o el fracaso de la empresa.
Fotografía del año 1911 que muestra el lago completamente drenado |
En
años posteriores se hicieron varios intentos más de drenaje del lago, usando
taladros y material explosivo para romper la capa de limo, con escasos
resultados, hasta que en 1965 el Gobierno de Colombia acuerda dar a la laguna Guatavita
y su entorno el estatus el patrimonio histórico y cultural de la nación. El
Lago Guatavita aunque dio muestras de contener unas 500.000 piezas de oro y
piedras preciosas, según cálculos realizados en 1807 por el naturalista
Alexander von Humboldt, jamás desveló su secreto y su aureo enigma sigue siendo
un impenetrable secreto protegido por dioses ancestrales frente a la codicia
humana.
Fuentes:
"Extracto
del epítome de la conquista de Nueva Granada" escrito por el mismo
conquistador Gonzalo Jiménez de Quesada. Archivo Histórico Nacional. Papeles de
Indias. Copia S.XIX. 8 hjs. fol http://pares.mcu.es/ Portal de Archivos Españoles.
Archivo
Histórico Nacional, Portal de Archivos Españoles,
ES.41091.AGI/10.46.8.1//CONTRATACION,5792,L.1,F.169-170 Asiento con Antonio de
Sepúlveda para sacar oro, plata y piedras preciosas de la Laguna de Guatavita
(Nuevo Reino de Granada). http://pares.mcu.es/
"El Carnero", de Juan
Rodríguez Frayle, año 1636.
DESAGÜE DE LA LAGUNA DE
GUATAVITA Para extraer sus tesoros, por Jorge Palacios Preciado Tomado, Febrero
de 2003.