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miércoles, 14 de mayo de 2014

NORTON I, INSÓLITO EMPERADOR DE ESTADOS UNIDOS

   Se puede afirmar que desde el 17 de septiembre de 1787, Estados Unidos es una república constitucional, presidencial y federal. Su forma de gobierno, desde hace más de doscientos años, es comúnmente conocida como democracia presidencialista porque quien mueve los hilos es un presidente. Un presidente elegido cada cuatro años a través de compromisarios o grandes electores, que ostenta la jefatura del Estado, el poder ejecutivo y capacidad de veto de algunas decisiones del poder legislativo, además de ser el comandante en jefe del Ejército. Un tipo con un poder casi ilimitado.

   Si, si. Ya se. Todo muy bonito. Una lección de historia y tal pero ¿y si os dijera que esto no fue siempre así? Durante la segunda mitad del siglo XIX  hubo un hombre que brillaba más que el sol, que gobernó con benevolencia y grandes dosis de sentido del humor a sus afortunados súbditos. ¿Conocéis a su Graciosa Majestad Imperial Norton I, Emperador de los Estados Unidos y Protector de México? ¿Que no lo conocéis? Eso es imperdonable. En fin… Si queréis saber algo más sobre este ilustre prohombre, cuyo gobierno magnánimo quedó grabado con el fulgor del diamante en las páginas de nuestra historia, no tenéis más seguir leyendo a continuación su irreverente historia.

   Su Majestad Imperial Joshua Abraham Norton -Norton I para sus felices vasallos- nació en el seno de una familia judía de pingües estipendios entre 1811 y 1819 en Inglaterra. Como todo gran magno varón en la historia de la humanidad, los registros exactos de su fecha de nacimiento se pierden en la memoria de los tiempos, aunque sesudos historiadores han llegado a la conclusión que el año 1819 e Inglaterra son la fecha y lugar exactos de nacimiento. Se descarta por tanto la teoría del investigador Pep Mayolas del Instituto Nueva Historia, que defiende el origen catalán de personajes históricos como Cristóbal Colón, Miguel de Cervantes, Erasmo de Rotterdam o los Reyes de Castilla. Nuestro protagonista, Joshua A. Norton, no nació por tanto en l’Empordá, para disgusto del ilustre Pep Mayolas.

Joshua A. Norton, año 1851
   A la tierna edad de dos años, su familia decide emigrar a Algoa Bay, Sudáfrica, donde Norton I crece feliz al abrigo de los negocios de su familia. A la muerte de su padre, John Norton, recibe como herencia la nada despreciable cifra de 40.000 dólares y como todo hombre inquieto que intuye su glorioso destino, emigra a Estados Unidos, llegando en 1849 a la bahía de San Francisco a bordo del yate de vapor Hurlothrumbo, en busca de un nuevo comienzo a su vida. El atractivo del sueño americano lo esperaba a la vuelta de la esquina.

   Sólo unos pocos años después de llegar a San Francisco, Norton se había convertido en un exitoso hombre de negocios, con activos estimados por valor de 250.000 dólares (unos 6 millones de dólares de hoy día). Entre sus prósperos negocios se encontraba una fábrica de cigarros, un molino de arroz, y un edificio de oficinas. La Joshua Norton & Company era una floreciente empresa con sede en un elegante edificio de granito ubicado en el número 110 de Battery Street, junto a oficinas de varias de las personas más influyentes de la ciudad de San Francisco, entre ellos el cónsul británico. Joshua Norton se codeaba con total naturalidad con los grandes empresarios y la élite social de la bahía de San Francisco. Pero la suerte en los negocios no le duró por mucho tiempo.

   La hambruna China de 1851-1852 cortó las importaciones de arroz a los Estados Unidos, disparando su precio como un cohete de verbena, de los 4 centavos de dólar por libra hasta los 36 centavos de dólar. Norton vio la oportunidad de hacer aún más dinero cuando le soplaron que el Glyde, un barco arrocero, acababa de partir de Perú con 200.000 libras de arroz en sus bodegas (unos 91.000 kg). Ni corto ni perezoso, Norton se puso en contacto con la empresa que fletaba el barco y compró todo el envío a un precio de doce centavos y medio la libra por un total de 25.000 dólares, con la esperanza de acaparar todo el mercado. En toda esta genial idea solo había un pequeño inconveniente: no era el único empresario al que se le ocurrió el astuto plan de importar arroz peruano. A los pocos días de formalizar la compra del cargamento de arroz del Glyde, decenas y decenas de barcos cargados de arroz peruano hasta el velacho mayor, arribaron al puerto de San Francisco, causando un desplome generalizado de los precios hasta la irrisoria cifra de tres centavos de dólar la libra. Norton no sólo no tendría beneficio, sino que encima perdería una cantidad significativa de dinero en el proceso. Trató de anular el contrato aduciendo que la empresa concesionaria lo había engañado con la calidad del arroz fletado pero el daño a su economía ya estaba hecho.

   De 1853 a 1857, Norton y los comerciantes de arroz se enzarzaron en un prolongado y doloroso litigio, acumulando enormes facturas legales. Aunque Norton ganó el pleito en los tribunales de primera instancia, el caso llegó a la Corte Suprema de California, que falló en contra de los intereses de Norton. Más tarde, el Banco Lucas Turner and Company embargaba sus propiedades inmobiliarias en North Beach para pagar la deuda, declarándose en quiebra en 1858 y desapareciendo del mapa por un tiempo. Norton estaba en la más completa ruina. Hay quien afirma haberlo visto en 1859 malviviendo en una pensión obrera de mala muerte, con apenas unos centavos en los bolsillos.

Emperador Norton I
   Pero ese no es el estilo de vida americano. Cuando eres más pobre que las ratas, comiendo gracias a la caridad, con apenas un solo dólar en el bolsillo, sin ningún futuro por delante y sin nada que perder, ¿qué puedes hacer? Declararte Emperador de los Estados Unidos, por supuesto.

   Cuando Norton regresa a las calles de San Francisco en el verano de 1859, había perdido toda la fe en las estructuras jurídicas y políticas de los Estados Unidos. No era para menos después de haber perdido hasta el último centavo, aunque la culpa fuera solo y exclusivamente suya. Hablaba con sus antiguas amistades sobre la corrupción y la ineficacia de la administración americana. La economía californiana no andaba muy boyante en aquellos tiempos y si sumamos a todo este discurso el debate sobre la esclavitud que años más tarde llevaría al país a una encarnizada guerra civil, tenemos los ingredientes adecuados para que en algunos círculos comenzaran a escucharlo con cierta atención. 

   Después de comentar en público que las cosas irían mucho mejor si él estuviera a cargo del gobierno y después de varios días de madurar la idea, el 17 de septiembre de 1859, subió las escaleras del 517 de Clay Street, sede de la oficina del periódico San Francisco Bulletin. George Fitch, editor del diario, estaba sentado en su escritorio cuando un hombre que describió como "bien vestido y de aspecto serio" le entregó con solemnidad un pedazo de papel. A la mañana siguiente, Fitch publicó en el San Francisco Bulletin el titular: "¿Tenemos un Emperador entre nosotros?", seguido de la siguiente proclama:

A petición, y por deseo perentorio de una gran mayoría de los ciudadanos de estos Estados Unidos, yo, Joshua Norton, antes de Bahía de Algoa, del Cabo de Buena Esperanza, y ahora por los pasados 9 años y 10 meses de San Francisco, California, me declaro y proclamo emperador de estos Estados Unidos; y en virtud de la autoridad de tal modo investida en mí, por este medio dirijo y ordeno a los representantes de los diferentes Estados de la Unión a constituirse en asamblea en la Sala de Conciertos de esta ciudad, el primer día de febrero próximo, donde se realizarán tales alteraciones en las leyes existentes de la Unión como para mitigar los males bajo los cuales el país está trabajando, y de tal modo justificar la confianza que existe, tanto en el país como en el extranjero, en nuestra estabilidad e integridad.


NORTON 1, Emperador de los Estados Unidos

   Hubiera sido muy fácil para los medios tomar al personaje como un loco, pero contra todo pronóstico el San Francisco Bulletin, un diario serio y con solvencia, publicó todas sus demandas y edictos. A partir de esa fecha, el pitorreo se apoderó de las calles de San Francisco.

Censo S. Francisco año 1870. En él aparece Norton con la profesión de Emperador
   Nada más tomar el control absoluto del país, la primera medida del emperador Norton I fue autorizar formalmente la disolución del Congreso de los Estados Unidos el 12 de octubre de 1859, para hacer frente al “fraude y la corrupción” que proviene de “los partidos, las facciones y bajo influencia de sectas políticas” y para proteger al ciudadano del derecho a la propiedad personal. En un decreto imperial del mes siguiente, Norton convocó al ejército para deponer a los funcionarios electos del Congreso de EE.UU.:

CONSIDERANDO, que un grupo de hombres que se hacen llamar el Congreso Nacional se encuentran ahora en sesión en la ciudad de Washington, en violación de nuestra edicto imperial del 12 de octubre pasado, declarando dicho Congreso abolido;

CONSIDERANDO, que es necesario para el descanso de nuestro Imperio que dicho decreto debe cumplirse estrictamente;

AHORA, POR LO TANTO, que por la presente Ordeno al comandante en jefe de las fuerzas militares, general Scott, inmediatamente y después de la recepción de este, nuestro decreto, continuar con una fuerza adecuada y despejar los pasillos del Congreso”.
   
Por supuesto, las órdenes de Norton fueron ignoradas por el Ejército y el Congreso, quienes se tomaban a chanza todo este dislate. La batalla de Norton contra los líderes electos de América persistió durante todo su reinado, llegando al cenit el 12 de agosto de 1869, cuando tomó la determinación de abolir los partidos Demócrata y Republicano. Con un par. A pesar de esta drástica medida parece que desde Washington tampoco le hicieron mucho caso. Finalmente, a regañadientes, permitió que el Congreso existiese sin su permiso. Un gesto más de su legendaria magnanimidad.

   En política exterior, el emperador Norton también desempeñó un papel destacado. Cuando Napoleón III, sobrino de Napoleón I, invadió México en 1863, el emperador añadió un nuevo título regio a su currículum: "Protector de México." No existen evidencias de que Norton pusiera alguna vez un pie en México.

   Obviamente, nunca ninguno de los decretos del emperador Norton I llegó a realizarse. Como emperador autoproclamado sin ejércitos ni dinero para respaldar sus proclamas, no tenía poder legal para crear una monarquía, nombrar Gobernadores o desmantelar la Corte Suprema. Sin embargo, por extraño que parezca, terminó por ganar una parcela de poder muy parecida a la de las monarquías europeas del siglo XXI, salvando las distancias. El Emperador Norton rápidamente se convirtió en una leyenda y era extremadamente popular entre la gente de San Francisco. Los políticos se vieron obligados a seguirle la corriente, porque mostrarle falta de respeto era sinónimo de pérdida de votos.

   Como buen gobernante al cabo de la calle, pasaba sus días inspeccionando las calles de San Francisco en un pomposo uniforme azul con charreteras chapadas en oro, donado  por los oficiales del ejército de los Estados Unidos destacados en el Presidio de San Francisco. Tocaba su magna testa con un sombrero de castor adornado con una pluma de pavo real y una roseta, complementando esta real postura con un bastón o un paraguas, según la época del año. Durante sus inspecciones, Norton examinaba el estado de las aceras y el funcionamiento de los legendarios coches de cable de San Francisco.

   En 1867, un policía llamado Armand Barbier cometió el terrible disparate de arrestar a Norton con el fin de someterlo a un involuntario tratamiento por trastorno mental. La detención del emperador indignó a los ciudadanos y provocó editoriales mordaces en periódicos como el ya nombrado San Francisco Bulletin, el Daily Alta California o el Morning Call, donde escribía un joven llamado Samuel Langhorne Clemens, que más tarde sería conocido en el mundo con el seudónimo de Mark Twain. Aunque para editoriales incendiarios el que publicó el Evening Bulletin:

"En lo que sólo puede ser descrito como el más vil de los errores, Joshua A. Norton, arrestado hoy, se encuentra detenido bajo la ridícula acusación de lunático. Conocido y querido por todos los verdaderos ciudadanos de San Francisco como el emperador Norton, este amable monarca está menos loco que los que han alegado estos falsos cargos. Los leales súbditos de Su Majestad quedan plenamente informados de este ultraje. (…) Este periódico insta a todos los ciudadanos bienpensantes a asistir mañana a la audiencia pública que se celebrará ante el Comisionado, Wingate Jones. La mancha en la reputación de la ciudad de San Francisco debe ser eliminada."

   Ante la presión popular, al jefe de policía Patrick Crowley no le quedó más remedio que ordenar la inmediata liberación de Norton, además de emitir una disculpa formal por parte de la policía. A su vez, el emperador Norton concedió generosamente el Perdón Imperial al policía Armand Barbier, por la anómala detención practicada. Y todos tan contentos. A partir de entonces al pasear por la calle, todos los agentes de policía de San Francisco saludaron Norton con todos los honores.

Absenta "Emperador Norton"
   El Emperador no vivió exactamente como un rey pero su nueva vida le proporcionó un montón de ventajas. En 1863, Norton encontró alojamiento en una pensión en el 624 de Commercial Street, entre las calles Montgomery y Kearny, por la ridícula suma de 50 centavos la noche. Como corresponde a un miembro de la realeza, su habitación estaba ricamente decorada con litografías de la reina Victoria de Inglaterra, la reina Emma de las Islas Sandwich -ahora islas Hawai-, la emperatriz Carlota de México, así como de la española Eugenia de Montijo, emperatriz consorte esposa de Napoleón III. Subía gratis en todos los ferris y los tranvías de la ciudad. Leland Stanford, presidente de la Central Pacific Railroad, entregó a Norton un pase gratis válido en todo el estado de California, para intentar lavar ante la opinión pública su reputación de empresario avaro y tacaño, por otra parte ganada a pulso. Norton utilizó ese pase libre para asistir a las sesiones de la legislatura estatal y para revisar las tropas militares acuarteladas en el área de la bahía, como corresponde a todo Jefe de Estado que se precie. En un momento determinado, cuando su uniforme imperial se desgastó por el uso y el paso del tiempo, la ciudad de San Francisco pagó de las arcas municipales un nuevo y elegante uniforme, ya que “ningún emperador de los Estados Unidos debe ir por ahí con ropas en mal estado”.

  También, aunque parezca inverosímil, el emperador Norton comía gratis en numerosos restaurantes de la ciudad, incluyendo establecimientos muy exclusivos, donde fue a menudo tratado como un invitado VIP. Lo más probable es que los dueños de los restaurantes, con gran visión comercial, tuvieran este gesto con el monarca más por conseguir publicidad gratuita que por otra cosa. De hecho, colocaron soberbias placas a la entrada de sus establecimientos, anunciando que su local era honrado con la visita del emperador de los Estados Unidos.

Tesoro Imperial, 5 dólares
   Además de recaudar impuestos, que de forma inaudita la mayoría de los ciudadanos y comerciantes pagaban con una sonrisa en el rostro y sin rechistar, cuando el Emperador Norton I necesitó un poco de dinero extra, comenzó a acuñar su propia moneda, llamada "Bonos Certificados del Tesoro Imperial" con valores que iban de los 50 centavos a 10 dólares. Fueron impresos en papel de billetes estándar, con fecha y número de serie, así como firmados a mano. Aunque la calidad de impresión era baja, pronto fueron usados incomprensiblemente por los ciudadanos de San Francisco y admitidos como moneda de cambio y curso legal en la mayoría de establecimientos de la ciudad. También supusieron un gran reclamo para los turistas que los buscaban y llevaban como un excéntrico recuerdo de su visita a la ciudad. En la actualidad, esta moneda es muy popular entre los coleccionistas, estando en la lista de las cien monedas más cotizadas de Norteamérica.
Emperador Pedro II de Brasil

   La fama del emperador Norton I se propagaba como un sarpullido por toda América, al punto que muchos establecimientos y negocios de la ciudad estaban haciendo magros negocios a costa de la regia imagen del monarca. Se hicieron postales, cigarros, botellas y todo tipo de recuerdos con la imagen del Emperador, se colocaron placas en las puertas de los restaurantes y tabernas, como hemos citado antes, conmemorando la visita del mandatario al establecimiento; la ópera y teatros de San Francisco usaban como reclamo la asistencia del Emperador a su próxima actuación, a la cual, por supuesto, sería invitado y acudiría de balde. Tal era la popularidad de Norton I, que en 1876, Dom Pedro II “El Magnánimo”, a la sazón emperador de Brasil, visitó San Francisco y pidió reunirse con el emperador de los Estados Unidos. Se conocieron en una suite real en el recién inaugurado Hotel Palace y hablaron durante más de una hora. En 1876, Dom Pedro nunca dio señal de si se dio cuenta o no de que Estados Unidos realmente no tenía un emperador.

   La noche del 8 de enero de 1880, era una noche de perros. Hacía frío y llovía. El Emperador se dirigía hacia Nob Hill para asistir al debate regular mensual de la Hastings Society en la Academia de Ciencias Naturales. A la altura de la antigua catedral de Santa María, Norton se sintió indispuesto, se tambaleó un poco y terminó desplomándose sobre la acera. Con toda probabilidad un traicionero derrame cerebral había acabado con su vida. La policía apartó sin miramientos a la multitud de curiosos que pronto se agolpó rodeando al cadáver del monarca y trasladó su cuerpo a la morgue de la ciudad. El reinado de Norton I, Emperador de los Estados Unidos y Protector de México, había concluido.
   
En sus bolsillos encontraron una moneda de oro por valor de 2,50 dólares, tres dólares de plata, y un franco francés fechado en 1828, con el rostro de Carlos X, último rey Borbón de Francia. También llevaba un importante fajo de billetes de 50 centavos del “Tesoro Imperial”, así como dos telegramas, uno del Presidente de la República Francesa, que decía "creemos que la reina Victoria le propondrá matrimonio a usted como un medio de unir a Inglaterra con los Estados Unidos. Considere no aceptar la proposición. Nada bueno saldrá de ello" y otra del zar Alejandro II de Rusia que decía "aprobamos todo de corazón y le felicitamos" como dando el visto bueno al “inminente matrimonio” de Norton con la reina Victoria,  Estos eran, por supuesto, bromas gastadas por algunas personas que se divertían a expensas del emperador.

   A la mañana siguiente, el San Francisco Bulletin publicó en primera plana: "Le Roi Est Mort" -El Rey ha muerto-. El Daily Alta California publicó un larguísimo obituario en el mismo día que dedicaba tan solo cuatro míseras líneas al discurso de investidura de George C. Perkins, recién elegido gobernador de California. Los principales diarios de Cleveland, Seattle, Denver, Filadelfia y Portland, informaron de su muerte. El Cincinnati Enquirer dedicó un emocionado y largo obituario bajo un subtítulo que decía "Un emperador sin enemigos, un rey sin reino, apoyado en vida gracias a la ofrenda voluntaria de un pueblo libre."

   Se calcula que hasta treinta mil personas, que se dice bien pronto, acudieron a ver al emperador Norton de cuerpo presente en la morgue. James Eastland, presidente del Club del Pacífico y  uno de los principales hombres de negocios que conocieron a Norton en los buenos tiempos, no permitió enterrar al monarca en una fosa común. Puso de su bolsillo todo el dinero necesario para que tuviera un funeral digno de un emperador y fuera enterrado con todos los honores. En la actualidad, los restos mortales del Emperador Joshua Abraham Norton, descansan en el cementerio Woodlawn Memorial Park, en Colma.

   Como nota final, el recuerdo del Emperador Norton ha sido plasmado en la literatura con mayor o menor fortuna. En su novela Las aventuras de Huckleberry Finn, Mark Twain creó el personaje de "el rey", basado en las andanzas de tan ilustre soberano. En la novela El Destructor, de Robert Louis Stevenson, se incluye a Norton como un personaje real. Quizás la historia de Norton llevada a la gran pantalla podría ser el espaldarazo definitivo al universal recuerdo de este ilustre personaje, para algunos un loco, para otros un impostor y para la gran mayoría del pueblo de San Francisco y del Estado de California, un Emperador con todos los galones. Ya imagino a Jeff Bridges en el papel del noble Emperador Norton, en una divertida película escrita y dirigida por los hermanos Cohen. ¿Que no?. 



Fuentes:

Norton I Emperador de EEUU, de Xavier Deulonder, Ediciones La Tempestad, S.L., 2007.

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