ya tenia yo ganas de asomarme por EL POZO y dar señales de vida...... unn aporte para el muro hall of fame de EPDE...!!!
SUS MAJESTADES DE HOLLYWOOD con mi Roberto de Niro a la cabeza, JJJJJJJJJJJJ
UNA REVERENCIA, ESPARTANOS !!!!!!!!!!!!!!
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jueves, 29 de mayo de 2014
jueves, 22 de mayo de 2014
ROBERT CAPA, EL FOTÓGRAFO DEL DESEMBARCO
"La guerra es como una actriz que va envejeciendo. Es cada vez
menos fotogénica y cada vez más peligrosa". Esta frase de Robert Capa, el
corresponsal de guerra que mejor fotografió el horror y el
sufrimiento de la II Guerra Mundial, nos sirve como punto de partida para
recordar el septuagésimo aniversario del desembarco que cambió Europa y el
rumbo del conflicto más sangriento en la historia de la humanidad. El 6 de
junio de 2014 se cumplen setenta años de esa fecha. Para conmemorar ese momento,
os invito a seguir a Robert Capa, tal vez el más conocido fotógrafo de guerra
de todos los tiempos, un consumado jugador de póquer que odiaba su oficio, en
sus peripecias hasta su llegada como un soldado más a la playa de Omaha.
Gerda Taro tras un miliciano. Guerra Civil Española |
Después de
cubrir con gran éxito la guerra civil española y la segunda guerra
sino-japonesa, al comienzo de la Segunda Guerra Mundial encontramos a un Robert
Capa apátrida, vagando sin rumbo por las calles de Nueva York y viviendo su
triste existencia de exiliado huido de la represión nazi, en un miserable ático
del Village, sin un centavo en los bolsillos y sin motivo alguno por el que
levantarse cada mañana. Añora París, su ciudad de adopción y se siente un extraño
en Estados Unidos. Un día, después de un largo paseo sin rumbo fijo, al abrir
su herrumbroso buzón encuentra tres cartas: una factura de la luz, otra del
Departamento de Justicia en el que, como ex ciudadano húngaro con pasaporte de
refugiado, pasa a ser considerado un enemigo extranjero y debe entregar sus
cámaras, y una tercera en la que el Collier’s Weekly le ofrece una plaza en un
barco hacia Inglaterra y un cheque de 1.500 dólares para cubrir el conflicto. Con
las tres cartas abiertas sobre el feo mantel de hule que cubre la mesa de la
cocina, decide su destino lanzando una moneda al aire: si sale cruz irá al
Departamento de Justicia, si sale cara, aceptará la oferta para ir a
Inglaterra. Sale cruz pero como consumado buen jugador hace trampas. Toma la
decisión de cobrar el cheque del Collier’s Weekly y apañárselas de algún modo
para llegar a Inglaterra.
Robert Capa, cubierta del USS Chase |
El 5 de junio
de 1944 Capa monta en la caja trasera de un camión Chevrolet G506 para
transporte de tropas y es llevado al puerto de Weymouth, donde se encuentra
atracado el USS Samuel Chase, un flamante barco de transporte de tropas de
asalto tripulado por la Guardia Costera de los Estados Unidos, esperando su
valiosa carga de lanchas Higgins, suministros de combate y carne de cañón. Cientos
de acorazados, navíos cargados de tropas, cargueros y barcazas de asalto se agolpan
de forma amenazante en la dársena. En prevención de un posible ataque aéreo por
parte de la maltrecha y casi inexistente Luftwaffe, miles de globos
aerostáticos flotan en el aire sobre esta magnífica máquina de guerra. Soldados
tumbados al sol en las cubiertas de los buques, observan con fingida
indiferencia las maniobras de carga y abastecimiento de la flota.
Buscando a nuestro
protagonista, subimos a bordo del USS Chase. En la cubierta superior, ajenos al
caos que los rodea, vemos a un numeroso grupo de jugadores apostando cientos de
dólares como si no hubiera un mañana, apiñados en torno a un par de manoseados dados.
Es una absoluta certeza que para la mayoría de ellos no habrá un mañana.
También observamos a hombres solitarios retirados en rincones apartados,
escribiendo pomposas cartas de despedida a sus novias jurando amor eterno, o
redactando emotivos testamentos en los que se despiden de sus familiares más
queridos, dan cariñosos consejos para el futuro a sus hermanos pequeños o simplemente
dejan su pasta a la familia. En el gimnasio, contemplamos un modelo a escala de
la playa de Omaha, con todos sus árboles y casas fielmente reproducidos.
Tenemos que pasar con cuidado porque hay algunos hombres tumbados boca abajo,
observando con inquietud la maqueta de la costa francesa, eligiendo con
meticulosidad el camino que van a seguir entre las aldeas de plástico, buscando
protección tras los árboles de plástico y las trincheras de plástico. En la
sala de mapas, en las cubiertas inferiores de las entrañas del USS Chase,
también hay otra maqueta con un modelo a escala de todos y cada uno de los
barcos que van a participar en la operación Overlord. Oficiales de la marina
enfundados en sus solemnes uniformes, empujan con pericia los barquitos de
plástico en dirección a las playas de plástico. Un bonito juego de mesa.
Cerca del
gimnasio, cámara en mano fotografiando la curiosa escena de la maqueta,
encontramos a Robert Capa. Mientras trabaja está pensando a qué Compañía seguir
en la mañana del desembarco. Al ser corresponsal de guerra y no un simple
soldado, tiene la libertad de elegir donde y cuando estar en cada momento de la
acción, siempre dentro de unos límites. Ese día le han ofrecido tres opciones:
Cubrir a la Compañía B en una misión en principio bastante segura, seguir a la
Compañía E en la primera oleada de desembarco en el sector Easy Red de la playa Omaha, con lo cual se asegurará las primeras fotos en suelo francés, o acompañar
al mando del 16º Regimiento de la 1ª División de Infantería que seguirá de
cerca las primeras oleadas de infantería, pero alejado de la acción. La última
opción es la más sensata y una apuesta segura de seguir vivo al anochecer. Como
buen jugador se decide por la apuesta más arriesgada: acompañar a la Compañía E
en la primera oleada.
Una vez elegido
su destino en la mañana del Día D y después de fotografiar a los concienzudos
soldados estudiando con obstinación cada detalle de la fiel maqueta de plástico
de la costa norte francesa, Capa sube a la cubierta del Chase para echar un
último vistazo a la cada vez más lejana costa inglesa. La visión de la costa perdiéndose en el horizonte le toca la fibra sensible, de modo que se une a la legión de los afligidos
escritores de cartas. En mitad de una lacrimosa carta de despedida, se
arrepiente de la idea, se la guarda en el bolsillo interior de la guerrera y
decide no enviarla. Entonces se une al tercer grupo, el de los jugadores. Su
grupo natural. A las dos de la mañana en mitad de una animada partida de
póquer, la megafonía anuncia el inminente desembarco.
Pertrechado
con una máscara antigás, un salvavidas hinchable, una pala, diversos artilugios,
dos cámaras réflex Contax II de 35 mm. de lente única cargadas con película en
blanco y negro de 36 fotografías, una Rolleiflex cargada con película de 5.7
centímetros cuadrados, varios rollos de película de repuesto y su cara
gabardina Burberrys doblada con un toque de elegancia en el brazo, se dirige
con los muchachos al atestado comedor del Chase donde los chicos de cocina de
la marina, vestidos con guantes y una inmaculada chaqueta blanca, están
sirviendo con un celo y una atención inusuales tortitas, salchichas, huevos y
café. Es el desayuno del condenado. Todos los saben.
A las cuatro de
la mañana dos mil hombres forman en perfecto silencio en la cubierta superior a
la espera del primer rayo de sol. Las lanchas Higgins de desembarco se
balancean sumisas en los pescantes, esperando recibir su correspondiente ración
de carne de cañón para ser arriadas a una mar picada. Aguardan con paciencia su
desayuno. Su ración de soldado temeroso camino de un destino incierto.
El silencio es
abrumador. Cada hombre, pertrechado con todo su equipo de combate, está
abstraído en sus pensamientos. Unos rezan en silencio, otros piensan en su
familia y en el maldito día en el que se enrolaron voluntariamente en esta
locura. Muchos se concentran en silencio en los meses de entrenamiento en suelo
inglés para intentar poner en práctica lo aprendido y salvar el pellejo. Capa
piensa en todos los buenos momentos de su vida y también en conseguir las
mejores fotos que pueda. Nadie parece impaciente por enfrentarse al enemigo y
podríamos jurar que a nadie le importaría permanecer así todo el día hasta el
anochecer. Pero el sol es obstinado y con puntualidad suiza comienza a
despuntar por el horizonte.
Los soldados
de la primera oleada comienzan a subir a las lanchas de desembarco que son
arriadas con lentitud a una mar encrespada. Antes de que toquen la superficie
del agua todos están empapados. Los hombres, debido a los nervios y al estado
de la mar, comienzan a vomitar al instante. Es el destino de las tropas
anfibias: ser infelices en el agua para después ser infelices en tierra.
Al segundo de
poner los motores en marcha, cuando están situados a pocos metros de la
superestructura del USS Chase y a varias millas de la costa de Normandía, escuchan
el zumbido inconfundible del primer pepinazo. Instintivamente los hombres se
agachan y entierran la cara en la mezcla de agua salada y vómito que cubre en
piso de la lancha. Permanecen agachados hasta que la barcaza llega a su sórdido
destino. Al tocar el fondo plano suelo francés, el piloto negro hace descender
la compuerta frontal de acero. El espectáculo que ofrece la encantadora Francia
es infernal. El humo y las explosiones lo invaden todo. El asfixiante olor a
pólvora quemada despierta al instante todos los sentidos de supervivencia de
los muchachos. Grotescos obstáculos de acero pueblan los metros finales de
playa. Fuego nutrido de ametralladora barre todo el perímetro de Easy Red.
Certeros francotiradores juegan al tiro al pato con los soldados de las
primeras lanchas. A la derecha, un par de tanques Sherman DD anfibios yacen
lánguidos envueltos en llamas.
En contra de
todo sentido común y pese a la barbarie que les espera con los brazos abiertos,
los soldados salen de la barcaza como alma que lleva el diablo y se sumergen
hasta la barbilla en las gélidas aguas del Canal. Frente a esta infernal escena
de muerte y fuego, vemos Robert Capa parado de pie en la pasarela de
desembarco, cámara en mano, con la firme intención de tomar la primera foto
seria de la invasión. El piloto de la lancha Higgins, con una evidente prisa
por salir pitando de aquél infierno, cree que Capa está sufriendo un
comprensible ataque de inseguridad y le ayuda a decidirse a tocar suelo francés
con una buena patada en el trasero.
El caos es
colosal. Los muchachos pronto pierden contacto con los soldados de su Compañía,
más preocupados de salvar el pellejo que de mantener un orden marcial. Nosotros
también hemos perdido de vista a Capa. Para dar con él no nos queda más remedio
que sumergirnos en las frías aguas y buscar cobijo en una de las estructuras antidesembarco de acero y hormigón que pueblan la
orilla de la playa. Agachados, con el agua al cuello, intentamos adivinar
siluetas entre el humo. Las balas del calibre 7,92 mm de las ametralladoras MG42 se sumergen en el agua a nuestro alrededor, salpicándonos la cara y dejando
finas estelas blancas a su paso. El fuego de mortero hace su trabajo en la
orilla levantando géiseres de arena y cuerpos despedazados. El infierno no
puede ser peor.
Un soldado
tembloroso se acerca buscando cobijo en nuestro obstáculo. Pasa junto a
nosotros y nos atraviesa limpiamente. Es lógico porque nosotros en realidad no
estamos aquí. Solo somos meros observadores. Al menos eso espero. El chico que
apenas tendrá 19 años, agacha la cabeza, saca de la funda impermeable su fusil
M1 Garand y comienza a disparar hacia la playa sin apuntar demasiado. Después
de unos minutos de disparar al azar, el ruido del fusil le da el suficiente
valor para avanzar hacia el siguiente obstáculo y nos deja solos. El campo
libre que deja al abandonar nuestra posición nos permite divisar refugiado en
otro obstáculo, a pocos metros de nosotros a Robert Capa, cámara en mano,
inmortalizando a los muchachos que intentan esquivar las balas con mayor o
menor fortuna, en su avance hasta la cabeza de playa.
Observamos
como Capa agota el carrete de su primera Contax, la guarda en su funda de hule
impermeable, se deshace de su elegante chubasquero Burberry y avanza unos
cincuenta metros más, abriéndose paso entre cadáveres flotantes y nutrido fuego
de fusilería, buscando refugio en el esqueleto destrozado de un vehículo
anfibio aliado. Saca la segunda Contax de su funda y sigue disparando fotos. Se
juega el cuello como un soldado más solo que él no está armado. Él no está allí
para matar alemanes y liberar a Europa del yugo nazi. Su misión es sacar las
mejores fotos del momento para la posteridad, siguiendo con fidelidad su viejo lema
de la Guerra Civil Española: “si la foto no es lo bastante buena es que no estás
lo bastante cerca”.
Los últimos
veinticinco metros de playa son una lluvia de metal ardiente escupido con saña
por las MG 08 y los cañones del 88 alemanes. La marea está subiendo y los
muchachos tienen que dejar sitio en los obstáculos para las siguientes oleadas.
No les queda más remedio que dirigirse hacia el matadero. Los últimos metros
hasta la arena, son una alocada carrera de Capa esquivando a la muerte.
Agotado por el
mar y el miedo, se tumba exhausto en una estrecha franja de arena húmeda
entre el agua y el alambre de espino, protegida hasta cierto punto por una
ligera pendiente del fuego de fusil y ametralladora. Junto a él se encuentran
por casualidad un médico judío y Larry, el capellán irlandés del Regimiento, un
tipo simpático que a falta de fusil o cámara de fotos, dispara con milimétrica
certeza insultos que sonrojarían al criminal más duro de cualquier antro de
cuarta categoría.
Capa saca la
petaca del bolsillo y se la ofrece a Larry, que sin levantar la cabeza un palmo
del suelo, bebe con gran pericia un largo trago por la comisura del labio. El sanitario
judío imita a la perfección la técnica del capellán y se sirve su
correspondiente ración de agua de fuego. El capellán enciende el último pitillo
que le queda seco y lo va pasando a sus improvisados compañeros de trinchera.
En esas están cuando un obús de mortero impacta en las cercanías de su
posición, acribillando de metralla a un infortunado soldado. El cura irlandés y
el médico judío son los primeros en salir por patas de Easy Red. Capa hace la
foto. Siguen cayendo obuses cada vez más cerca pero Capa sigue disparando su
Contax como si no ocurriera nada a su alrededor. Treinta segundos después, se termina
la película de la cámara. Rebusca en el macuto en busca de otro rollo pero al
encontrarlo, sus manos mojadas y temblorosas lo echan a perder antes de que pueda
colocarlo en la cámara.
Se detiene un
momento y es entonces cuando empieza a ser consciente de la situación
desesperada en la que se encuentra. La cámara vacía le tiembla en las manos. Es
un nuevo tipo de miedo que nunca antes ha sentido. Ni en España, ni en China, ni
en Sicilia, ni en las ardientes arenas del norte de África. Es un miedo que le
estremece el cuerpo y lo sacude de pies a cabeza. Desengancha la pala de su
macuto e intenta cavar con desesperación un hoyo en el que esconderse pero la
pala pronto toca la dura roca del fondo y no puede continuar. Vuelve a
acurrucarse inmóvil en su posición y observa a su alrededor. Todos los hombres
que lo rodean están inmóviles, paralizados por el miedo. Solo los muertos de la
orilla se mueven empujados por las olas.
De entre la
bruma, una lancha LCI surge desafiando el fuego enemigo. De ella asoman un puñado
de enfermeros con brazaletes y cruces rojas pintadas en los casos. Sin pensarlo
dos veces, Capa se incorpora como un resorte y corre esquivando balas alemanas
y cadáveres aliados en dirección a la barcaza. Con el agua al cuello y las
cámaras en alto para evitar que se mojen, de repente es consciente de que está
huyendo. A pocos metros de la pasarela de desembarco, para en seco e intenta
volver a la playa pero su cuerpo no le responde. Intenta engañarse a sí mismo
repitiendo que solo intenta llegar al barco para secarse las manos pero la
realidad es que el miedo lo atenaza.
Al alcanzar el
barco, un obús impacta en la superestructura y mata al instante parte de la
tripulación, llenando todo de restos humanos y plumas procedentes del relleno
de los chalecos salvavidas. Igual que si estuvieran matando pollos. El barco
empieza a escorar y el capitán toma la decisión de abandonar la playa para
intentar llegar al buque nodriza antes de irse a pique. Capa baja a la sala de
máquinas, se seca las manos, coloca nuevos rollos de película en las cámaras y
sube de nuevo a la cubierta a tiempo de sacar una última foto de la playa cubierta
de humo. Después se dedica a fotografiar a la tripulación mientras realizan
transfusiones de sangre en la cubierta. Antes de que el barco termine en el
fondo del canal, una lancha Higgins que vuelve de suministrar a la playa su
correspondiente ración de carne de cañón, evacua a todo el personal con gran
dificultad debido a la mar picada. Pasadas las doce del mediodía, Capa llega
junto con los supervivientes al USS Chase, el mismo buque del que había salido
seis horas antes. Ahora la cubierta está repleta de muertos y heridos que han
sido rescatados de las insaciables fauces de la playa Omaha. Los chicos de
cocina que horas antes habían servido el desayuno, tienen sus impolutos
uniformes blancos teñidos de rojo con la sangre de los heridos.
Capa sigue
trabajando, fotografiando las consecuencias de la batalla. Se mueve con sus
cámaras entre los muertos y heridos, plasmando el momento y ayudando en lo que
puede. En un momento dado se marea y pierde el conocimiento. Se despierta horas
más tarde en una camilla con una etiqueta al cuello que pone “Caso de
agotamiento. Sin placas de identificación”. Mientras el barco pone rumbo a
Inglaterra, con el ruido de los motores de fondo, Robert Capa pasa toda la
noche en vilo mirando al techo, culpándose de cobardía. Piensa que debía
haberse quedado en la playa.
Revista Life, reportaje del 19-6-1944 |
Las fotos tomadas por Robert Capa en el Sector Easy Red de la playa
Omaha son consideradas como las mejores fotos del Día D y uno de los mejores
reportajes fotográficos de guerra de todos los tiempos. Sin embargo, de las 106
fotos tomadas solo sobrevivieron 11 debido a un emocionado e inexperto ayudante
de laboratorio que aplicó demasiado calor al secar los negativos. La valiosa
película se desintegró ante la atónita mirada de toda la oficina de Londres.
Cuando la revista Life publicó el reportaje de siete páginas en su edición del
19 de junio de 1944, en los pies de foto de las imágenes salvadas del desastre estropeadas
por el calor, se excusaron diciendo que las fotos estaban “ligeramente
desenfocadas” debido a que “las manos de Capa habían temblado
violentamente”.
Fuentes:
El relato del desembarco está
basado en el libro de memorias escrito por el propio Robert Capa “Ligeramente desenfocado”, Madrid, La
Fábrica Editorial, 2009.
Fotos de Robert Capa ©
International Center of Photo.
Podéis admirar muchas más fotos
del legendario Robert Capa en el sitio https://www.magnumphotos.com/C.aspx?VP3=SearchResult&ALID=29YL535ZXX00
miércoles, 14 de mayo de 2014
NORTON I, INSÓLITO EMPERADOR DE ESTADOS UNIDOS
Se puede afirmar que desde el 17
de septiembre de 1787, Estados Unidos es una república constitucional,
presidencial y federal. Su forma de gobierno, desde hace más de doscientos
años, es comúnmente conocida como democracia presidencialista porque quien mueve
los hilos es un presidente. Un presidente elegido cada cuatro años a través de
compromisarios o grandes electores, que ostenta la jefatura del Estado, el
poder ejecutivo y capacidad de veto de algunas decisiones del poder
legislativo, además de ser el comandante en jefe del Ejército. Un tipo con un
poder casi ilimitado.
Si, si. Ya se. Todo muy bonito.
Una lección de historia y tal pero ¿y si os dijera que esto no fue siempre así?
Durante la segunda mitad del siglo XIX
hubo un hombre que brillaba más que el sol, que gobernó con benevolencia y grandes dosis
de sentido del humor a sus afortunados súbditos. ¿Conocéis a su Graciosa
Majestad Imperial Norton I, Emperador de los Estados Unidos y Protector de
México? ¿Que no lo conocéis? Eso es imperdonable. En fin… Si queréis saber algo
más sobre este ilustre prohombre, cuyo gobierno magnánimo quedó grabado con el
fulgor del diamante en las páginas de nuestra historia, no tenéis más seguir
leyendo a continuación su irreverente historia.
Su Majestad Imperial Joshua
Abraham Norton -Norton I para sus felices vasallos- nació en el seno de una
familia judía de pingües estipendios entre 1811 y 1819 en Inglaterra. Como todo
gran magno varón en la historia de la humanidad, los registros exactos de su
fecha de nacimiento se pierden en la memoria de los tiempos, aunque sesudos
historiadores han llegado a la conclusión que el año 1819 e Inglaterra son la
fecha y lugar exactos de nacimiento. Se descarta por tanto la teoría del
investigador Pep Mayolas del Instituto Nueva Historia, que defiende el origen
catalán de personajes históricos como Cristóbal Colón, Miguel de Cervantes,
Erasmo de Rotterdam o los Reyes de Castilla. Nuestro protagonista, Joshua A.
Norton, no nació por tanto en l’Empordá, para disgusto del ilustre Pep Mayolas.
Joshua A. Norton, año 1851 |
Sólo unos pocos años después de
llegar a San Francisco, Norton se había convertido en un exitoso hombre de
negocios, con activos estimados por valor de 250.000 dólares (unos 6 millones
de dólares de hoy día). Entre sus prósperos negocios se encontraba una fábrica de
cigarros, un molino de arroz, y un edificio de oficinas. La Joshua Norton &
Company era una floreciente empresa con sede en un elegante edificio de granito
ubicado en el número 110 de Battery Street, junto a oficinas de varias de las
personas más influyentes de la ciudad de San Francisco, entre ellos el cónsul
británico. Joshua Norton se codeaba con total naturalidad con los grandes
empresarios y la élite social de la bahía de San Francisco. Pero la suerte en
los negocios no le duró por mucho tiempo.
La hambruna China de 1851-1852 cortó
las importaciones de arroz a los Estados Unidos, disparando su precio como un
cohete de verbena, de los 4 centavos de dólar por libra hasta los 36 centavos de
dólar. Norton vio la oportunidad de hacer aún más dinero cuando le soplaron que
el Glyde, un barco arrocero, acababa de partir de Perú con 200.000 libras de
arroz en sus bodegas (unos 91.000 kg). Ni corto ni perezoso, Norton se puso en
contacto con la empresa que fletaba el barco y compró todo el envío a un precio
de doce centavos y medio la libra por un total de 25.000 dólares, con la
esperanza de acaparar todo el mercado. En toda esta genial idea solo había un
pequeño inconveniente: no era el único empresario al que se le ocurrió el astuto plan de importar
arroz peruano. A los pocos días de formalizar la compra del cargamento de arroz
del Glyde, decenas y decenas de barcos cargados de arroz peruano hasta el
velacho mayor, arribaron al puerto de San Francisco, causando un desplome
generalizado de los precios hasta la irrisoria cifra de tres centavos de dólar
la libra. Norton no sólo no tendría beneficio, sino que encima perdería una cantidad
significativa de dinero en el proceso. Trató de anular el contrato aduciendo
que la empresa concesionaria lo había engañado con la calidad del arroz fletado pero el daño a su economía ya estaba hecho.
De 1853 a 1857, Norton y los
comerciantes de arroz se enzarzaron en un prolongado y doloroso litigio,
acumulando enormes facturas legales. Aunque Norton ganó el pleito en los
tribunales de primera instancia, el caso llegó a la Corte Suprema de
California, que falló en contra de los intereses de Norton. Más tarde, el Banco
Lucas Turner and Company embargaba sus propiedades inmobiliarias en North Beach
para pagar la deuda, declarándose en quiebra en 1858 y desapareciendo del mapa
por un tiempo. Norton estaba en la más completa ruina. Hay quien afirma haberlo
visto en 1859 malviviendo en una pensión obrera de mala muerte, con apenas unos
centavos en los bolsillos.
Emperador Norton I |
Cuando Norton regresa a las calles de San
Francisco en el verano de 1859, había perdido toda la fe en las estructuras
jurídicas y políticas de los Estados Unidos. No era para menos después de haber
perdido hasta el último centavo, aunque la culpa fuera solo y exclusivamente
suya. Hablaba con sus antiguas amistades sobre la corrupción y la ineficacia de la administración americana. La economía californiana no andaba muy boyante
en aquellos tiempos y si sumamos a todo este discurso el debate sobre la esclavitud
que años más tarde llevaría al país a una encarnizada guerra civil, tenemos los ingredientes
adecuados para que en algunos círculos comenzaran a escucharlo con cierta
atención.
Después de comentar en público
que las cosas irían mucho mejor si él estuviera a cargo del gobierno y después de varios días de
madurar la idea, el 17 de septiembre de 1859, subió las escaleras del 517 de Clay Street, sede de la oficina del periódico San Francisco Bulletin. George Fitch,
editor del diario, estaba sentado en su escritorio cuando un hombre que describió
como "bien vestido y de aspecto serio" le entregó con solemnidad un
pedazo de papel. A la mañana siguiente, Fitch publicó en el San Francisco
Bulletin el titular: "¿Tenemos un Emperador entre nosotros?", seguido
de la siguiente proclama:
A petición, y por deseo perentorio de una
gran mayoría de los ciudadanos de estos Estados Unidos, yo, Joshua Norton,
antes de Bahía de Algoa, del Cabo de Buena Esperanza, y ahora por los pasados 9
años y 10 meses de San Francisco, California, me declaro y proclamo emperador
de estos Estados Unidos; y en virtud de la autoridad de tal modo investida en
mí, por este medio dirijo y ordeno a los representantes de los diferentes
Estados de la Unión a constituirse en asamblea en la Sala de Conciertos de esta
ciudad, el primer día de febrero próximo, donde se realizarán tales
alteraciones en las leyes existentes de la Unión como para mitigar los males
bajo los cuales el país está trabajando, y de tal modo justificar la confianza
que existe, tanto en el país como en el extranjero, en nuestra estabilidad e
integridad.
NORTON 1, Emperador de los Estados Unidos
Hubiera sido muy fácil para los
medios tomar al personaje como un loco, pero contra todo pronóstico el San
Francisco Bulletin, un diario serio y con solvencia, publicó todas sus demandas
y edictos. A partir de esa fecha, el pitorreo se apoderó de las calles de San
Francisco.
Censo S. Francisco año 1870. En él aparece Norton con la profesión de Emperador |
CONSIDERANDO, que un grupo de hombres que se
hacen llamar el Congreso Nacional se encuentran ahora en sesión en la ciudad de
Washington, en violación de nuestra edicto imperial del 12 de octubre pasado,
declarando dicho Congreso abolido;
CONSIDERANDO, que es necesario para el
descanso de nuestro Imperio que dicho decreto debe cumplirse estrictamente;
AHORA, POR LO TANTO, que por la presente
Ordeno al comandante en jefe de las fuerzas militares, general Scott,
inmediatamente y después de la recepción de este, nuestro decreto, continuar
con una fuerza adecuada y despejar los pasillos del Congreso”.
Por supuesto, las órdenes de
Norton fueron ignoradas por el Ejército y el Congreso, quienes se tomaban a
chanza todo este dislate. La batalla de Norton contra los líderes electos de
América persistió durante todo su reinado, llegando al cenit el 12 de agosto
de 1869, cuando tomó la determinación de abolir los partidos Demócrata y Republicano. Con un par. A
pesar de esta drástica medida parece que desde Washington tampoco le hicieron
mucho caso. Finalmente, a regañadientes, permitió que el Congreso existiese sin
su permiso. Un gesto más de su legendaria magnanimidad.
En política exterior, el
emperador Norton también desempeñó un papel destacado. Cuando Napoleón III,
sobrino de Napoleón I, invadió México en 1863, el emperador añadió un nuevo
título regio a su currículum: "Protector de México." No existen
evidencias de que Norton pusiera alguna vez un pie en México.
Obviamente, nunca ninguno de los
decretos del emperador Norton I llegó a realizarse. Como emperador
autoproclamado sin ejércitos ni dinero para respaldar sus proclamas, no tenía
poder legal para crear una monarquía, nombrar Gobernadores o desmantelar la
Corte Suprema. Sin embargo, por extraño que parezca, terminó por ganar una
parcela de poder muy parecida a la de las monarquías europeas del siglo XXI,
salvando las distancias. El Emperador Norton rápidamente se convirtió en una
leyenda y era extremadamente popular entre la gente de San Francisco. Los
políticos se vieron obligados a seguirle la corriente, porque mostrarle falta
de respeto era sinónimo de pérdida de votos.
Como buen gobernante al cabo de
la calle, pasaba sus días inspeccionando las calles de San Francisco en un pomposo
uniforme azul con charreteras chapadas en oro, donado por los oficiales del ejército de los Estados
Unidos destacados en el Presidio de San Francisco. Tocaba su magna testa con un
sombrero de castor adornado con una pluma de pavo real y una roseta,
complementando esta real postura con un bastón o un paraguas, según la época
del año. Durante sus inspecciones, Norton examinaba el estado de las aceras y el
funcionamiento de los legendarios coches de cable de San Francisco.
En 1867, un policía llamado
Armand Barbier cometió el terrible disparate de arrestar a Norton con el fin de someterlo a un
involuntario tratamiento por trastorno mental. La detención del emperador
indignó a los ciudadanos y provocó editoriales mordaces en periódicos como el ya nombrado San Francisco Bulletin, el Daily Alta California o el Morning Call, donde escribía un joven
llamado Samuel Langhorne Clemens, que más tarde sería conocido en el mundo con el seudónimo
de Mark Twain. Aunque para
editoriales incendiarios el que publicó el Evening
Bulletin:
"En lo que sólo puede ser descrito como
el más vil de los errores, Joshua A. Norton, arrestado hoy, se encuentra
detenido bajo la ridícula acusación de lunático. Conocido y querido por todos
los verdaderos ciudadanos de San Francisco como el emperador Norton, este
amable monarca está menos loco que los que han alegado estos falsos cargos. Los
leales súbditos de Su Majestad quedan plenamente informados de este ultraje. (…)
Este periódico insta a todos los ciudadanos bienpensantes a asistir mañana a la
audiencia pública que se celebrará ante el Comisionado, Wingate Jones. La
mancha en la reputación de la ciudad de San Francisco debe ser eliminada."
Ante la presión popular, al jefe
de policía Patrick Crowley no le quedó más remedio que ordenar la inmediata
liberación de Norton, además de emitir una disculpa formal por parte de la policía. A su vez, el emperador Norton concedió generosamente el Perdón Imperial al policía Armand Barbier, por la
anómala detención practicada. Y todos tan contentos. A partir de entonces al pasear por
la calle, todos los agentes de policía de San Francisco saludaron Norton con
todos los honores.
Absenta "Emperador Norton" |
También, aunque parezca
inverosímil, el emperador Norton comía gratis en numerosos restaurantes de la
ciudad, incluyendo establecimientos muy exclusivos, donde fue a menudo tratado
como un invitado VIP. Lo más probable es que los dueños de los restaurantes, con gran visión comercial, tuvieran este gesto con el monarca más por conseguir
publicidad gratuita que por otra cosa. De hecho, colocaron soberbias placas a la entrada
de sus establecimientos, anunciando que su local era honrado con la visita del
emperador de los Estados Unidos.
Tesoro Imperial, 5 dólares |
La fama del emperador Norton I se
propagaba como un sarpullido por toda América, al punto que muchos
establecimientos y negocios de la ciudad estaban haciendo magros negocios a
costa de la regia imagen del monarca. Se hicieron postales, cigarros, botellas
y todo tipo de recuerdos con la imagen del Emperador, se colocaron placas en
las puertas de los restaurantes y tabernas, como hemos citado antes,
conmemorando la visita del mandatario al establecimiento; la ópera y teatros de
San Francisco usaban como reclamo la asistencia del Emperador a su próxima
actuación, a la cual, por supuesto, sería invitado y acudiría de balde. Tal era la popularidad de
Norton I, que en 1876, Dom Pedro II “El Magnánimo”, a la sazón emperador de
Brasil, visitó San Francisco y pidió reunirse con el emperador de los Estados
Unidos. Se conocieron en una suite real en el recién inaugurado Hotel Palace y
hablaron durante más de una hora. En 1876, Dom Pedro nunca dio señal de si se
dio cuenta o no de que Estados Unidos realmente no tenía un emperador.
La noche del 8 de enero de 1880,
era una noche de perros. Hacía frío y llovía. El Emperador se dirigía hacia Nob
Hill para asistir al debate regular mensual de la Hastings Society en la
Academia de Ciencias Naturales. A la altura de la antigua catedral de Santa María, Norton se sintió indispuesto, se tambaleó un poco y terminó desplomándose sobre la acera. Con toda probabilidad un traicionero derrame cerebral había acabado con su vida. La
policía apartó sin miramientos a la multitud de curiosos que pronto se agolpó rodeando al cadáver del monarca y trasladó su cuerpo a
la morgue de la ciudad. El reinado de Norton I, Emperador de los Estados Unidos
y Protector de México, había concluido.
En sus bolsillos encontraron una
moneda de oro por valor de 2,50 dólares, tres dólares de plata, y un franco
francés fechado en 1828, con el rostro de Carlos X, último rey Borbón
de Francia. También llevaba un importante fajo de billetes de 50 centavos del
“Tesoro Imperial”, así como dos telegramas, uno del Presidente de la República
Francesa, que decía "creemos que la
reina Victoria le propondrá matrimonio a usted como un medio de unir a
Inglaterra con los Estados Unidos. Considere no aceptar la proposición. Nada
bueno saldrá de ello" y otra del zar Alejandro II de Rusia que decía "aprobamos todo de corazón y le
felicitamos" como dando el visto bueno al “inminente matrimonio” de
Norton con la reina Victoria, Estos
eran, por supuesto, bromas gastadas por algunas personas que se divertían a
expensas del emperador.
A la mañana siguiente, el San Francisco Bulletin publicó en
primera plana: "Le Roi Est
Mort" -El Rey ha muerto-. El Daily
Alta California publicó un larguísimo obituario en el mismo día que dedicaba tan solo cuatro míseras líneas al discurso de investidura de George C. Perkins, recién elegido
gobernador de California. Los principales diarios de Cleveland, Seattle,
Denver, Filadelfia y Portland, informaron de su muerte. El Cincinnati Enquirer dedicó un emocionado y largo obituario bajo un subtítulo
que decía "Un emperador sin
enemigos, un rey sin reino, apoyado en vida gracias a la ofrenda voluntaria de
un pueblo libre."
Se calcula que hasta treinta mil personas, que se dice
bien pronto, acudieron a ver al emperador Norton de cuerpo presente en la
morgue. James Eastland, presidente del Club del Pacífico y uno de los principales hombres de negocios
que conocieron a Norton en los buenos tiempos, no permitió enterrar al monarca
en una fosa común. Puso de su bolsillo todo el dinero necesario para que
tuviera un funeral digno de un emperador y fuera enterrado con todos los
honores. En la actualidad, los restos mortales del Emperador Joshua Abraham
Norton, descansan en el cementerio Woodlawn Memorial Park, en Colma.
Como nota final, el recuerdo del Emperador
Norton ha sido plasmado en la literatura con mayor o menor fortuna. En su novela Las aventuras de Huckleberry Finn, Mark Twain creó el personaje de
"el rey", basado en las andanzas de tan ilustre soberano. En la
novela El Destructor, de Robert Louis
Stevenson, se incluye a Norton como un personaje real. Quizás la historia de Norton llevada a la gran pantalla podría ser el espaldarazo definitivo al universal recuerdo de este ilustre personaje, para algunos un loco, para otros un impostor y para la gran mayoría del pueblo de San Francisco y del Estado de California, un Emperador con todos los galones. Ya imagino a Jeff Bridges en el papel del noble Emperador Norton, en una divertida película escrita y dirigida por los hermanos Cohen. ¿Que no?.
Fuentes:
Norton I Emperador de EEUU, de Xavier
Deulonder, Ediciones La Tempestad, S.L., 2007.
jueves, 8 de mayo de 2014
LA "ODISEA" DEL CARRITO EN REINA SOFIA
A
continuación de estas letras, voy a poner en este, nuestro lugar de encuentro,
una carta que he escrito al Diario Córdoba para la sección “cartas al director”,
no sé si me la publicaran pero al menos me ha servido de desahogo. La carta en
cuestión habla sobre uno de los tantos episodios que me han ocurrido durante el
tiempo que he tenido que estar en el Hospital Reina Sofía de Córdoba debido al
ingreso de una persona de mi familia, y que de alguna manera demuestra el
estado de decadencia de este Hospital respecto a la atención
de los enfermos y también respecto a la consideración con los familiares que
acompañamos a estos por parte de los que dirigen este servicio hospitalario, y
que claramente es la
consecuencia del expolio al que ha sido sometida España durante mucho tiempo.
Así pues con todo mi respeto hacia los
trabajadores del Hospital, ya que la mayoría aun contando
con muchos menos recursos que en tiempos de bonanza siguen trabajando duro por los pacientes, ahí va mi
carta:
Hospital Reina Sofia fotografía de Wikipedia |
La
“odisea” del Carrito en Reina sofia
El pasado día 07/05/2014 llevé al Hospital Reina Sofía de
Córdoba a mi madre ya que tenía concertada una prueba diagnóstica y
posteriormente a dicha prueba tenía cita con el médico especialista. Llegamos
al recinto hospitalario sobre las 13.10 h. accediendo por la entrada lateral,
es decir por donde estaban las antiguas urgencias ya que cuando me concedieron
la cita me recomendaron que entrara por allí para que un celador/a me ayudara
con mi madre y me facilitara una silla de ruedas para poder trasladar a mi
madre ya que está limitada físicamente. A las 13,40 h. teníamos que estar en la
primera planta del edificio principal para la prueba y a las 15 h. en la
primera planta de consultas externas para que nos viera el facultativo. Pues
desde que llegamos a las 13.10 h. al hospital, no pude obtener un carrito de
ruedas hasta las 14 h. En la entrada de las antiguas urgencias no había ningún
carro y ningún celador, pregunté a trabajadores de aquella zona y nadie sabía
nada y lo peor es que no acertaban a decirme donde tenía que ir a solicitar el
carrito, fui a donde tenían que hacerle la prueba a mi madre y me topé con
puertas cerradas, fui a hablar con los administrativos de consultas externas y
unos decían que no tenían obligación de dar carros y otros llamaron por
teléfono a celadores que igualmente decían que no podía ser, me mandaron subir
una planta para buscar a un celador en una consulta que estaba totalmente
vacía, hasta que desolado y sintiéndome totalmente impotente para trasladar a
mi madre regresé a los asientos cercanos a la puerta donde la había dejado
sentada junto a mi esposa, pasados unos minutos, fue mi señora la que fue a
intentarlo por otro sitio y por fin a
las 14 h. se “apiadaron” de nosotros prestándonos un carrito y por supuesto sin
ayuda de ningún celador, llegando tarde a la prueba diagnóstica y al
especialista. Así pues de esta forma es
como se ayuda a las personas que necesitan algo en este país, y en
concreto en nuestro Hospital Cordobés, no voy a dar ninguna opinión para
terminar, solo desde aquí voy a hacer
una pregunta a la persona o personas que dirigen este centro y es la siguiente:
¿Si en lugar de ser un servidor, mi señora y mi madre los que llegamos al
Hospital hubieran sido el Monarca Juan Carlos I, su esposa y su hijo, para que
le hicieran al rey una prueba de su maltrecha cadera, hubiera habido carrito de
ruedas para su majestad o también tendría que haberlo buscado el príncipe como
lo estuve buscando yo?... Y una segunda cuestión que ya hablando del Rey sería
para que la contestara él: “¿Tenemos todos los Españoles los mismos derechos y
obligaciones hospitalarias o tiene mucho que ver la “pasta” del enfermo?”…
Y de los precios del
“Badulaque” y de la “Cafeta” del Hospital Reina Sofía ya hablaré otro día
porque eso también tiene “guasa”…Saludos.