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martes, 19 de febrero de 2013

UN ESPÍA, UN MAFIOSO Y FIDEL CASTRO


   El título de la entrada parece el comienzo de un chiste. Y podría serlo. Ahora que está tan de moda las conspiraciones, el chantaje, el espionaje y demás situaciones de lo más ameno en nuestro día a día, me viene a la mente una de las mayores chapuzas de todos los tiempos en la historia del espionaje de los servicios secretos que, aunque parezca mentira, no fue protagonizada por españoles. Una rocambolesca historia que una vez más hace bueno el dicho de que “la realidad supera con creces a la ficción”.

Fidel Castro
   Por alguna u otra razón, en Estados Unidos a principios de 1960 todo hijo de vecino quería disparar a Fidel Castro. El presidente saliente Dwight D. Eisenhower quería disparar a Castro, el siniestro vicepresidente Richard Nixon, anhelaba disparar a Castro, el embajador de la ONU Adlai Stevenson soñaba con disparar a Castro, el director de la CIA Allen W. Dulles ambicionaba disparar a Castro. Hasta un imberbe senador por Massachussets y candidato en las presidenciales de noviembre de 1960, el joven John F. Kennedy, aspiraba también a pegarle un tiro a Castro. El camarada Fidel era el grano en el gran culo norteamericano que todo el mundo quería reventar.

   En plena Guerra Fría, los señores del turbante, el chaleco de bombas y el kalashnikov no suponían una seria amenaza. Eran más bien un instrumento en manos de la CIA para combatir a ese demonio de siete cabezas llamado comunismo y a su principal embajador en la Tierra: la Unión Soviética. Si de algo podía presumir la Unión Soviética era de la asombrosa facilidad que tenía fabricando títeres para después ponerlos al frente de gobiernos de pacotilla en países de tercera categoría. Además del ajedrez, invadir países y colocar títeres en la poltrona era el deporte nacional soviético. Los norteamericanos envidiaban esa innata habilidad titiritera del soviético. Los norteamericanos veían títeres soviéticos por todas partes. Es aquí donde entra en juego nuestro simpático y locuaz comandante Castro.

Fidel Castro y Nikita Kruschev
   La historia ha demostrado de manera implacable que Fidel Castro nunca fue un títere de la Unión Soviética, sin embargo en la CIA y el Capitolio estaban convencidos de lo contrario. Tenían a un indeseable comunista que campaba a sus anchas a menos de 150 kilómetros de las costas de Florida y parecía que había llegado para quedarse. Estaban desesperados por dar matarile al comandante de la casaca militar, el habano y la barba poblada pero Estados Unidos no quería mancharse sus incólumes manos con la sangre de un presidente y la posterior invasión de una república bananera de cuarta categoría, llevando así al extremo una de las prácticas favoritas de la Unión Soviética, prácticas que, dicho sea de paso, tantos años llevaban los americanos denunciando ante Naciones Unidas. Querían que todo pareciera un lamentable accidente. Pura asepsia.

   En la CIA no tenían ni idea de cómo dar pasaporte a Castro de manera limpia y profesional, sin que pareciera que los Estados Unidos estaban cocinando el pastel. El comandante era un tipo listo (más de cincuenta años ininterrumpidos en el poder son su aval) que los tenía completamente descolocados. Pero héteme aquí que de repente, el cubano cometió un serio desliz. A un supuesto títere comunista al servicio de la Unión Soviética se le ocurrió el disparate de ¡LEGALIZAR EL JUEGO! El lamentable traspié de Castro provocó la ira del único grupo de norteamericanos con intereses en Cuba que hasta el momento estaban felices con la situación: la Mafia.

   El informe llamado las “Joyas de la Familia” desclasificado en el año 2007 por la Agencia Central de Inteligencia estadounidense, desvela con todo lujo de detalles el matrimonio de conveniencia llevado a cabo entre la CIA y la Mafia para eliminar a Fidel Castro. Un plan absurdo y descabellado que mezcla espías, mafiosos, chapuceras escuchas telefónicas, agentes dobles, traidores, un novio despechado y seis píldoras de veneno. Todo sacado directamente del guión de una película de Leslie Nielsen. O al menos lo parece.

Richard Bissell, padre del avión espía U2
   El plan de la CIA ideado por Richard Bissell, un brillante agente al que la humanidad debe entre otras cosas, el nombre del mítico grupo de rock de Dublín U-2, era muy simple: para asegurar el éxito de la misión y que Estados Unidos no se viera salpicado por el magnicidio ante la opinión pública y Naciones Unidas, sólo unos pocos funcionarios de alto rango debían conocerlo, entre ellos el entonces director de la CIA Allen Dulles, el Director de la Oficina de Seguridad de la Agencia Sheffield Edwards y el propio Richard Bissell.

   Los contactos con la Mafia comienzan a través de Robert A. Maheu, un ex agente del FBI y colaborador de la CIA. Maheu se hace pasar por un agente libre contratado por empresas internacionales que sufren fuertes pérdidas financieras en Cuba y se entrevista con Johnny Roselli, un conocido mafioso de alto rango, famoso por controlar el floreciente mercado de las máquinas de hielo en Las Vegas. El 14 de septiembre de 1960 quedan en un hotel de Nueva York para lamentarse mutuamente de las fuertes pérdidas económicas de unos y otros que se están produciendo en la isla como consecuencia de las acciones de Castro. En un momento de la conversación, envalentonado por el ambiente, Maheu le ofrece a Roselli 150.000 dólares por ayudar a que Castro abandone el mundo de los vivos. Roselli, tipo listo, no quiere verse implicado en el asunto y no acepta el trato pero acuerda con Maheu presentarle más adelante a unos amiguitos italoamericanos muy agradables y aseados que seguro que no ponen ningún reparo al plan.

Salvatore Giancana
   Días más tarde, en el hotel Fontainebleu de Miami Beach, Roselli se presenta a la reunión acordada con dos tipejos apodados “Sam Gold” y “Joe”. Allí conversan durante largo rato de sus cosas de mafiosos. Los fans de Los Soprano, para entrar en ambiente, os podéis imaginar una conversación en el Bada Bing entre Toni Soprano, Silvio Dante, Christopher Moltisanti y Ralph Cifaretto. Mismamente. Hablan de tratar de disparar a Castro, de volar por los aires a Castro, de narcotizar a Castro pero finalmente llegan a la conclusión de que es más eficaz tratar de envenenar a Castro con algún tipo de píldora potente colocada en la comida o en la bebida. Con dos besos y un abrazo, Maheu sella el acuerdo con “Sam Gold” y “Joe”, un pacto que está a punto de irse por el sumidero cuando horas más tarde, Maheu descubre mientras hojea la revista Parade, el “Qué me Dices” de los norteamericanos de 1960, que los tipos que aparecen en las fotos a todo color de la revista son los mismos con los que se ha entrevistado hace escasas horas y que en realidad se llaman Momo Salvatore Giancana, sucesor de Al Capone como jefe de la mafia de Chicago y Santos Trafficante Jr., el jefe de las operaciones cubanas de la mafia. Alarmado, Maheu informa a sus jefes de la CIA con quién acaba en realidad de entrevistarse pero estos, encantados con la implicación en el asunto del mismísimo Salvatore Giancana, dan luz verde a la operación.

Dan Rowan
   Sin embargo, la misión está a punto de irse al garete cuando Maheu, atendiendo a la petición de un favor de Salvatore Giancana (cualquiera le dice que no), monta una chapucera operación de escuchas telefónicas en la habitación del cómico Dan Rowan (no confundir con Rowan Atkinson, alias Mister Bean), del que el mafioso sospecha que se está beneficiando a su novia. Rowan, con la mosca tras la oreja, escucha cosas raras por el auricular mientras mantiene una conversación telefónica y llama a la pasma. Cuando el técnico de escucha telefónica es capturado por la poli con las manos en la masa, tira de la manta e implica a Maheu en el ajo. Maheu, detenido y acorralado, llama a la CIA para que arregle el desagradable malentendido. Todo queda oculto bajo un tupido velo.

   Mientras, en la sede de la CIA hacían pruebas con el veneno. Deciden usar píldoras botulínicas por ser un compuesto estable, soluble, seguro de manejar, indetectable, con un adecuado efecto retardado, y con un resultado final predecible. Pero, caramba caramba, cuando prueban las pastillas en un vaso de agua, comprueban horrorizados que ni siquiera se desintegran, y mucho menos se disuelven. Tras muchos ensayos, mejoran la fórmula y consiguen hacerlas solubles. En la fase final de la operación “pastilla para la tos” (licencia del autor), para asegurarse de que en verdad son letales, el Director de Seguridad de la CIA proporciona a uno de sus agentes de campo instrucciones precisas y un buen fajo de billetes, para que vaya raudo y veloz a la tienda de mascotas más cercana a comprar algunos conejillos de indias.

   Obviamente, los tiernos animalitos sobrevivieron tan panchos a las pruebas, debido a que estos sesudos agentes ignoraban que los conejillos de indias son inmunes a este tipo de toxina. Vuelven a mejorar la fórmula y esta vez, tiran la casa por la ventana adquiriendo a dos pobres monos con los que usar las pastillas. Ahora sí funciona. Normal. La dosis que contiene también hubiera matado a una ballena azul. Satisfechos con el resultado, seis píldoras botulínicas se ocultan dentro de una estilográfica y se entregan a Johnny Roselli, quien a su vez se las pasa al señor Trafficante (tiene guasa el apellido).

Santos Trafficante, el que faltaba en el ajo.
   Para terminar de complicar el asunto, Salvatore Giancana, un tipo con un asombroso parecido al actor Joe Pesci, capta para la causa a Juan Orta, un funcionario cubano que tenía vínculos con Fidel y que le debía pasta a Trafficante. Tras varios intentos de magnicidio sin éxito, Juan Orta levanta sospechas entre sus colegas y es despedido de la oficina de Castro, cancelándose más tarde el proyecto "dar pasaporte al Barba" debido a la invasión y fracaso de Bahía Cochinos, en abril de 1961. Orta huye de Cuba y termina sus días tan ricamente tomando el sol en las playas de Florida. 

   Años después, en 1975, Robert Maheu ante la sorpresa general, destapa parte de la chapucera operación testificando ante el Comité Church, una comisión abierta por el Senado de los Estados Unidos, cuyo único objeto es investigar la ilegalidad de algunas de las operaciones de inteligencia llevadas a cabo por la CIA y el FBI, destapadas parcialmente por el feo asunto del Watergate. Huelga decir que después de testificar Maheu, lejos de erigirle una estatua ecuestre o poner su nombre a una calle, es encontrado días después cadáver, flotando despreocupadamente en el interior de un bidón de aceite de cincuenta y cinco galones, en la costa norte de Miami Beach. 

   Una bonita historia con final feliz. Y si no que se lo pregunten al pringao de Maheu. 


Fuentes:

https://www.cia.gov, página oficial de la Agencia Central de Inteligencia de los Estados Unidos.
http://www.granma.cubaweb.cu Órgano oficial del Comité Central del Partido Comunista de Cuba.

N. del A.: Hay que ver la historia desde los dos puntos de vista. ;)


   



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